martes, 29 de enero de 2008
FUEGO
Esta caja, en la que deberíamos encontrar un extintor, no se halla en las paredes de una exposición, ni es tanpoco una instalación de contenido social o con un objetivo metafórico sobre, pongamos por caso, el infierno.
Esta caja anaranjada, cuyo precinto informa: "Averiada", y añade: "Disculpen las molestias", se encuentra en el andén de una transitada estación de metro del centro de Barcelona.
Saqué una foto antes de subir al vagón y pensé qué poco adecuado era el lema del precinto. Quiero decir, que no se halle un extintor en su lugar mientras no hay fuego que apagar, no necesita de disculpas. Nadie lo necesita, nadie va a buscarlo, nadie lo echa de menos. No importa.
Sin embargo, imagínese la cara que se le quedaría a cualquiera cuando, en pleno incendio, se acercara a la caja con la intención de romper de un golpe el cristal para hacerse con el extintor y leyera, sin poder evitarlo, esas disculpas que, en semejante situación, sonarían a cachondeo. (Y por cierto, ¿por qué dice "Averiada"? ¿La caja, averiada? ¿El extintor que no está? ¿Qué?)
Me recuerda al chiste aquél en que van dos por el desierto, desde hace días sin nada que beber, arrastrando los pies sin fuerzas ya, muertos de sed, soñando con agua y viendo espejismos, cuando, de pronto, el que va delante se detiene, se gira, mira con intensidad al compañero y, mientras se señala el reloj que le abraza la muñeca, suelta: "Sumergible".
domingo, 27 de enero de 2008
LAS ELECCIONES QUE VIENEN
Viene dándose estos días, de manera cruda, la reticencia de unos y otros, en cualquier caso de muchos, a la unión en matrimonio entre ciudadanos del mismo sexo. Viene cuestionándose, pues, la justicia de que los ciudadanos y ciudadanas puedan disfrutar todos por igual de los mismos derechos. A buen seguro, a estas alturas, si en lugar de hablar de ciudadanos homosexuales habláramos de, por ejemplo, ciudadanos negros, pocos se atreverían --excepto los más amargos fascistas-- a discutir su derecho a recibir igual trato que los ciudadanos blancos. Pero hay en este hipotético hecho un detalle muy importante: lo de ser negro está siempre a la vista, y la mezcla con los blancos resulta, hasta cierto punto, incompleta, y por lo tanto inofensiva, por fácilmente detectable. Es una diferencia imborrable: no pueden confundir a nadie. El asunto es más difícil si de lo que se trata es de igualar derechos de ciudadanos cuya diferencia no es palpable --si es que la diversidad en las opciones sexuales es una diferencia mayor que la del color de la piel, del pelo, o de la clase social: podrían tener derecho a casarse sólo los ricos rubios; o viceversa, que a fin de cuentas casarse es una vulgaridad. Muchos no están dispuestos a admitir --son mayoría de derechas, pero no pocos de izquierdas-- que siendo tan distintos, parezcan tan iguales.
jueves, 24 de enero de 2008
DESCONOCIDOS URBANOS
domingo, 20 de enero de 2008
TOMATES Y LIBROS
He publicado hoy en "El Periódico" un billete sobre el hecho de que uno de cada cinco niños españoles de entre 8 y 11 años no ha probado nunca el tomate (ni las espinacas, los espárragos, o las zanahorias).
Me he acordado entonces de una sección que tenía en ABCD, hace algún tiempo, y de un artículo que allí escribí sobre el deterioro de la agri-Cultura. Y aquí está:
Flavia Company
“Tomates y libros”
Antes, hace no tanto tiempo pero el suficiente como para que nos parezca cosa del pasado, los tomates –y quien dice tomates dice albaricoques, melocotones, pepinos o zanahorias- tenían un sabor e incluso un aroma característicos difíciles de describir con palabras pero que, al morderlos, invadían la boca y la nariz por completo, convirtiendo el acto de comerlos –aunque fuera a bocados, tras pasarlos sólo por agua, sin aliñarlos ni acompañarlos con nada- en un verdadero placer.
Ahora los tomates no saben a nada y además tienen todos el mismo tamaño, la misma forma y el mismo olor a objeto no comestible. Es ya imposible demorarse masticándolos y son el triste vestigio de una época en que la agricultura y la tierra eran parte relevante de nuestras vidas.
Podría ser que antes los tomates fueran importantes porque se cultivaban pensando en ellos, es decir en el sol que requerían para desear la vida, en el agua precisa para alimentarlos, en el periodo necesario para que adquirieran la medida y la maduración adecuadas. Y podría ser que ahora hayan dejado de ser importantes porque se acelera su proceso de maduración en cámaras que fingen primaveras con el fin de abastecer el negocio en que se han convertido para los intermediarios que los venden y distribuyen sin importarles de dónde vienen ni adónde van ni cuál va a ser el resultado de su ingestión.
Y hasta podría ser que, en el caso de existir, y aun siendo objetivamente mejores, los tomates cultivados a la antigua no encontraran distribuidores que los repartieran, pues éstos consideraran una pérdida de tiempo y de dinero el tener que recogerlos en su época y sólo en su época y no cuando les llegara un pedido considerable, por ejemplo. (Además los distribuidores, tras tanta indiferencia respecto a su mercancía, habrán llegado ya al extremo de no distinguir entre los distintos tipos de tomates y seguro que semejante circunstancia les importa un pimiento. Su trabajo sólo consiste en colocar cuantos sea posible y en conseguir que los sitúen en sitio preferente en las estanterías de los comercios que los expenden).
Así las cosas, sólo los productores y almacenadores de tomates en cámara y sus respectivos distribuidores pueden hoy en día sobrevivir. Así las cosas, podría parecer que sólo existen esa clase de tomates, fríos y calculados, inodoros e insípidos, fruto no del esfuerzo ni del deseo sino de la inversión. Así las cosas, podríamos pensar que sólo hay tomates de esos cuya semilla se planta con la certeza de que van a salir; tomates de encargo, por decirlo de algún modo. Pero como bien sabemos todos a estas alturas, las apariencias engañan, y aunque de momento no se vean ni se conozcan, hay quienes resisten con la ilusión de defender la dignidad de la agricultura frente a la agria cultura que la maltrata.
Este artículo se titula, como han leído, “Tomates y libros”. Pero para los libros, hay que ver cómo son las cosas, no me ha quedado lugar.
miércoles, 16 de enero de 2008
LO PROMETIDO ES DEUDA
lunes, 14 de enero de 2008
MAR Y VIENTO
Sábado pasado.
Las previsiones indicaban que soplaría un mistral bastante fuerte. Tal vez el comité debería haber suspendido la regata. Pero menudos navegantes aquéllos, atrevidos y quizás un poco inconscientes. "Deprisa, venga, salgamos puntuales, que nos vamos a quedar sin viento", decían algunos. Y se acordó un intinerario de dos vueltas.
La salida estaba prevista para las 13:00h, pero problemas con un vela ligera volcado hizo que se retrasara hasta las 13:26h.
Salimos con unos catorce nudos. Buen viento. Todo el trapo.
Y de pronto el mistral se volvió loco, que es su especialidad. Empezó a aullar, a silbar, a levantar olas que pintaron de blanco el mar. Algunos veleros, los más grandes, estaban cerca de la meta. El comité anunció que se suspendía la segunda vuelta. 26 nudos era ya demasiado para todos.
Los veleros más pequeños, los que todavía estábamos algo retrasados, tuvimos que reducir trapo. Las olas barrían la cubierta, estábamos empapados.
Dos barcos abandonaron: habían roto algo y emprendían el regreso a motor.
Nuestras prioridades habían cambiado: de acabar la regata en una buena posición a, sencillamente, volver a tierra.
En el mar, como en la vida, las prioridades cambian de golpe por razones ajenas a nuestra voluntad, independientemente de nuestras fuerzas. Y darse cuenta y reaccionar a tiempo es imprescindible para sobrevivir.
jueves, 10 de enero de 2008
RAREZAS DEL RENACIMIENTO
lunes, 7 de enero de 2008
CUENTO DE REYES
Qué cosas tan curiosas ocurren a veces. Estaba yo la semana pasada colgando en el blog un fragmento de mi novela "Melalcor" cuando, de pronto -como siempre- sonó el teléfono. Era Maestro, del Periódico, para pedirme un cuento, de Reyes o de Navidad, para el suplemento especial de los días de fiesta.
Yo no escribo por encargo, pero el fragmento de la novela que acababa de colgar era, por así decirlo, casi un cuento de Reyes. Que además, al releerlo, me había hecho gracia.
Y ésa fue la razón por la que pude aceptar, porque el cuento precedía a la petición. De no haber estado colgando esa mañana aquel fragmento, no lo habría recordado al recibir la llamada de Maestro y habría declinado la amable invitación.
Aquí está el cuento que escribí, con la ilustración que lo acompañó ayer en El Periódico, que por cierto me ha encantado. Así que gracias, Martin Tognola.
La última noche de Reyes
Publicado en "El periódico de Catalunya", 6 de enero 2008.
Flavia Company
Notaba, o mejor dicho sabía, que la gente que lo rodeaba era más importante que él. Siempre. Era de esas intuiciones infantiles que se tienen antes de ser capaz de expresarlas. Y la única sensación especial acerca de su persona se desvaneció con el conocimiento de la verdad sobre los Reyes de Oriente. Fue como tragarse un sorbo de lejía: lo destruyó por dentro.
Nunca olvidaría aquellas horas. Sus padres habían salido. A casa de la abuela Miquel, para llevarle el pavo que tenían que zamparse aquellas fiestas. Con ciruelas y manzanas y piñones metidos por un agujero que le hacían atrás. Los pavos le daban pena, con aquel cuello estrecho, torcido y pelado.
Mientras tanto él, que acababa de cumplir siete años, se puso a hacer lo que le habían prohibido, o sea a jugar por toda la casa con el coche de bomberos a control remoto que le habían regalado su tío y el novio de su tío, al que toda la familia llamaba el amigo de Charli. Mira por dónde, el coche de las narices, después de sortear infinidad de obstáculos, fue a parar bajo la cama de sus padres y allí quedó enganchado. No había nadie que pudiera ayudarlo. Incluso el yayo había salido; se había escapado hacía un par de horas, y en aquel momento no le apetecía ir a buscarlo al agujero en el que siempre se escondía; más que un abuelo, parecía un topo.
Así que, como no conseguía sacar el coche con el mando a distancia ni adelante ni atrás ni a derecha ni a izquierda, se agachó para cogerlo. Vio un montón de paquetes envueltos con papel de regalo y un pensamiento absurdo le invadió la mente en contra o sin la intervención de su voluntad: los Reyes están aquí. ¿De día? ¡Miedo! ¡Miedo! Miedo incontrolable, nuevo. Tragó saliva. ¿Por qué habían ido a su casa? ¿Sabían que estaba solo? Por supuesto, lo sabían todo, por ejemplo lo mal que se había portado durante el año, que no le gustaba ducharse, que no obedecía a la primera, que odiaba a sus primos. Su madre se lo había dicho muy clarito: "Si sigues así, los Reyes, que reciben informes detallados sobre todos los niños del mundo, no te traerán nada de lo que les has pedido".
A él los Reyes le habían dado siempre terror. Le gustaban los regalos, eso sí, pero detestaba sus trajes de terciopelo, su vejez y sus camellos. Miró a su alrededor, preocupado, y se sentó en la cama, a pensar. No tuvo que darle demasiadas vueltas al asunto. Una vez fue capaz de controlar la respiración agitada y de desoír los latidos de su corazón, que de pronto, en lugar de uno, parecían dos o tres, escuchó durante un rato y se convenció de que no había nadie más en el piso. Había estado solo tantas veces que conocía a la perfección ese silencio. La radio de la vecina a lo lejos, la cisterna del de arriba, la máquina de coser de la de al lado, el ascensor.
Recuperó el coche de debajo de la cama con una considerable carga de pelusas que le produjeron un ataque de estornudos en serie, y se sentó a esperar el regreso de la familia en el tresillo de la sala frente al televisor apagado, en cuya pantalla se reflejaban las luces intermitentes del árbol de Navidad. Cuando sus padres volvieron de casa de la abuela no relató nada de lo acontecido. Por otra parte, tampoco nadie le preguntó.
La noche del día 5 y a instancias de sus progenitores dejó, con desconfianza, tres vasos de vino, unas almendras y agua para los camellos, y también algunos zapatos repartidos por distintos lugares y se fue a dormir tan tarde como le permitieron, después de comprobar, con disimulo, que los paquetes seguían debajo del lecho nupcial.
Esperó con paciencia hasta la madrugada del 6 de enero para ver si se confirmaban sus sospechas. Los padres llamaron como siempre temprano a la puerta de su habitación con gritos de júbilo: "Han venido los Reyes, han venido los Reyes y te han dejado un montón de cosas". Y sí. Allí estaban. A paquete por zapato. El papel de regalo era el mismo que había visto, y debajo de la cama de sus progenitores no quedaba nada. Fue fácil entenderlo: los Reyes Magos pasaban de él --no conocían siquiera el nimio hecho de su existencia-- y sus padres, para que no se traumatizara, se veían obligados a montar toda esa pantomima.
Desenvolvió los regalos uno por uno, y cuando los tuvo abiertos y descubrió que estaban todas las cosas que había pedido en la carta de aquel año, miró a sus padres con agradecimiento y, también, con una compasión todavía inconsciente.
viernes, 4 de enero de 2008
PIRATAS DEL CARIBE INTERNÁUTICO
Aquñi dejo mis artículos más recientes aparecidos en La Vanguardia. Espero que los disfruten. :-)
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http://librosenelpetate.blogspot.com.es/2016/07/encuentro-con-flavia-company-sobre-su.html?spref=fb Prisas, una enfermedad no catalog...
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Aquí les dejo mi artículo del sábado 31 de octubre en La Vanguardia. ¿Qué significa dar un paso?
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DEJAD VUESTRA FIRMA EN COMENTARIOS, SI QUERÉIS. GRACIAS. (PARA VER TODAS LAS ADHESIONES, DESLIZAOS HASTA EL FINAL DE LA ENTRADA Y VISIT...