He estado estos días pasados en los Encuentros de Verines. En Asturias.
Se trata de un encierro. Hace 24 años que se celebra. A mí me han invitado, con ésta, a tres ediciones. El asunto está subvencionado por el Ministerio de Cultura y la Universidad de Salamanca, y dirigido por el crítico, escritor y profesor Luis García Jambrina, quien por cierto a punto está de publicar una novela en Alfaguara de la que ya os hablaré.
Explico lo del encierro: Los invitados son personas pertenecientes al medio literario, ya sean creadores o críticos. Se los lleva a un lugar apartado en donde se les da de comer y de dormir. Un lugar apartado que es un privilegio y que os recomiendo encarecidamente: El Mirador de la Franca (http://www.hotelmirador.com/hlafranca/), situado en una cala maravillosa. Durante un par de días, se tiene a los profesionales debatiendo, a puerta cerrada, asuntos de interés, ya sea el estado del cuento en España, el trasvase entre la literatura latinoamericana y la española o, como este año, la relación entre cine y literatura.
Justamente porque se trataba de cine y literatura no sólo se ha invitado a literatos, sino también a cineastas. Y como no podía ser de otro modo, la cosa ha sido distinta pero igualmente interesante y entretenida. Entre los escritores, estaban, entre otros, las poetas Ana Martín Puigpelat y Beatriz Russo, los narradores Manuel Vilas, Alfredo Conde, Fernando Marías, Jon Kortazar, Suso de Toro y Juan Francisco Ferré. Entre los cineastas, Cuerda, Gutiérrez Aragón, David Trueba, Aitzol Aramaio, Jaime Chávarri, Toni Verdaguer, Carlos Benpar, Antón Reixa, José Luis García Sánchez o Ángeles González Sinde.
Estaban luego los narradores que hacían piña con los cineastas, que eran Manuel Vicent y Susana Fortes.
La de este año ha sido una experiencia muy interesante. Me ha gustado oír hablar de los problemas a los que se enfrentan productores y directores cuando se deciden a la adaptación de una novela, por ejemplo. O el reto de convertir un novelón en una película de hora y media -y tiene que ser de hora y media principalmente por tres razones: 1) El presupuesto; 2) Permite que las salas den las cuatro sesiones de marras; 3) La película acaba dentro del horario laboral de los acomodadores y taquilleros, con lo cual no hay que desembolsar horas extra. Así de prosaico. Me ha gustado oír hablar de novelas cinematográficas y de películas literarias.
He conocido a gente muy divertida y a gente entrañable. Y le he visto las entrañas a gente famosa. En fin, muy edificante.
No quiero acabar esta entrada sin contar una anécdota sobre Manuel Vicent que interesará sin duda a sus lectores o a los que tenían intención de convertirse en uno de ellos.
Transcribo un diálogo de manera textual:
Susana Fortes: ¿Y cómo se llama tu barco?
Manuel Vicent: Bueno, verás, no lleva un nombre que le haya puesto yo. Se lo compré a un carnicero, y en fin, se llama Anaconda.
Flavia: Pues qué mala suerte, jajajaja. Yo tuve mejor fortuna. Al mío le habían puesto Proteo.
Manuel Vicent: Eso es demasiado.
Flavia: Hombre, según cómo se mire. A fin de cuentas era un dios, pero no era más que un pastor de focas.
Manuel Vicent (dirigiéndose a García Sánchez, Fortes, Chávarri y otros): Siempre pasa lo mismo. Los ricos les ponen a sus espléndidas fincas nombre como "Nidito"o "Rincón", y los pobres, a sus mierdas, les ponen nombres como Argos, Tetis o Proteo.
No deja una nunca de aprender cosas. Vivir para ver. Y para oír, claro.
Se trata de un encierro. Hace 24 años que se celebra. A mí me han invitado, con ésta, a tres ediciones. El asunto está subvencionado por el Ministerio de Cultura y la Universidad de Salamanca, y dirigido por el crítico, escritor y profesor Luis García Jambrina, quien por cierto a punto está de publicar una novela en Alfaguara de la que ya os hablaré.
Explico lo del encierro: Los invitados son personas pertenecientes al medio literario, ya sean creadores o críticos. Se los lleva a un lugar apartado en donde se les da de comer y de dormir. Un lugar apartado que es un privilegio y que os recomiendo encarecidamente: El Mirador de la Franca (http://www.hotelmirador.com/hlafranca/), situado en una cala maravillosa. Durante un par de días, se tiene a los profesionales debatiendo, a puerta cerrada, asuntos de interés, ya sea el estado del cuento en España, el trasvase entre la literatura latinoamericana y la española o, como este año, la relación entre cine y literatura.
Justamente porque se trataba de cine y literatura no sólo se ha invitado a literatos, sino también a cineastas. Y como no podía ser de otro modo, la cosa ha sido distinta pero igualmente interesante y entretenida. Entre los escritores, estaban, entre otros, las poetas Ana Martín Puigpelat y Beatriz Russo, los narradores Manuel Vilas, Alfredo Conde, Fernando Marías, Jon Kortazar, Suso de Toro y Juan Francisco Ferré. Entre los cineastas, Cuerda, Gutiérrez Aragón, David Trueba, Aitzol Aramaio, Jaime Chávarri, Toni Verdaguer, Carlos Benpar, Antón Reixa, José Luis García Sánchez o Ángeles González Sinde.
Estaban luego los narradores que hacían piña con los cineastas, que eran Manuel Vicent y Susana Fortes.
La de este año ha sido una experiencia muy interesante. Me ha gustado oír hablar de los problemas a los que se enfrentan productores y directores cuando se deciden a la adaptación de una novela, por ejemplo. O el reto de convertir un novelón en una película de hora y media -y tiene que ser de hora y media principalmente por tres razones: 1) El presupuesto; 2) Permite que las salas den las cuatro sesiones de marras; 3) La película acaba dentro del horario laboral de los acomodadores y taquilleros, con lo cual no hay que desembolsar horas extra. Así de prosaico. Me ha gustado oír hablar de novelas cinematográficas y de películas literarias.
He conocido a gente muy divertida y a gente entrañable. Y le he visto las entrañas a gente famosa. En fin, muy edificante.
No quiero acabar esta entrada sin contar una anécdota sobre Manuel Vicent que interesará sin duda a sus lectores o a los que tenían intención de convertirse en uno de ellos.
Transcribo un diálogo de manera textual:
Susana Fortes: ¿Y cómo se llama tu barco?
Manuel Vicent: Bueno, verás, no lleva un nombre que le haya puesto yo. Se lo compré a un carnicero, y en fin, se llama Anaconda.
Flavia: Pues qué mala suerte, jajajaja. Yo tuve mejor fortuna. Al mío le habían puesto Proteo.
Manuel Vicent: Eso es demasiado.
Flavia: Hombre, según cómo se mire. A fin de cuentas era un dios, pero no era más que un pastor de focas.
Manuel Vicent (dirigiéndose a García Sánchez, Fortes, Chávarri y otros): Siempre pasa lo mismo. Los ricos les ponen a sus espléndidas fincas nombre como "Nidito"o "Rincón", y los pobres, a sus mierdas, les ponen nombres como Argos, Tetis o Proteo.
No deja una nunca de aprender cosas. Vivir para ver. Y para oír, claro.