Una buena amiga mía me envió el otro día un sms que, en un principio, me pareció una broma. Me decía que en eBay había votos en venta.
Incrédula de mí, le pedí la fuente. Fui hasta ella. Y era cierto. Algunos ciudadanos habían puesto su voto a subasta, es decir en venta al mejor postor, tras prometer absoluta confidencialidad para quien obtuviera finalmente el producto.
Se me revolvió el estómago que tengo en la zona cerebral, el estómago que se espeluzna de asco cuando una idea repugnante se le presenta así, de golpe, vanagloriándose de existir. Y tambíén me aumentó el nivel de la pena en sangre.
No me gusta juzgar, pero decidme si no son dignos de opiniones variopintas quienes venden y, también, quienes compran votos.
Por la noche del día en que me enteré de esta preocupante noticia, vinieron a cenar dos amigos míos quienes, por cierto, me trajeron un regalo de cumpleaños que guardaban desde hacía meses; se trataba de un libro que pesa cuatro quilos y medio -cierto total; acabo de levantarme y de ir hasta la báscula para comprobarlo-. Una maravilla. Ya os hablaré de él cuando lo vaya leyendo y viendo y mirando. Vinieron a cenar, pues; cocinamos al horno un pollo de payés, de tres quilos -hoy me ha dado por hablar del peso de las cosas; de unas y de otras-. Les conté lo de la venta de votos y mi amiga, tras un análisis horrorizado, dijo: "Eso hacía mi madre conmigo y con mis hermanos; nos ofrecía dinero a cambio de que votáramos lo que ella quería".
Al parecer, solo un hermano se vendió. Al parecer, solo una vez. La señora pedía que votaran al PP. Tuvimos que reírnos. Por cierto, no sé cuánto pesaba el exquisito pastel de chocolate negro que trajeron para el postre.
Justo antes de que llegaran estos buenos amigos a cenar, me telefoneó mi sobrina, Lola. Como tiene sólo diez años, no le conté lo de la venta de votos, aunque estuve a punto. Me llamaba para leerme su primer poema. Me dijo que siempre había escrito cuentos -ese siempre me derritió, cómo no-, pero que bueno, este año se había animado con la poesía. La había escrito para presentarla al concurso del día de Sant Jordi en su escuela. Justo en ese momento, cuando supe que era para el concurso, me pregunté si no habrían puesto los del jurado de la escuela sus votos en venta en eBay. Y me pregunté también si no los compraría yo todos, en ese caso. Pero eso fue justo antes de que me leyera el poema, que se titula La amistad, y dice:
L'amistat és una cosa preciosa/ però de vegades es trenca/Com una flor que cau a terra/I un dels pètals cau al riu./Recorre el món fins que algú l'agafa/I aquella persona no ho sap/però ha trobat una amistat./L'amistat és una cosa genial,/però que pot caure molt avall,/Com una gota d'aigua,/sola i sense amics./L'amistat és important,/I sense ella la vida res val,/Si no estimes,/No t'estimaràn,/Si no intentes fer amics,/No en tindràs,/L'amistat és molt important. (La amistad es una cosa preciosa pero a veces se rompe, como una flor que cae al suelo y uno de los pétalos cae al río. Recorre el mundo hasta que alguien lo coge, y aquella persona no lo sabe, pero ha encontrado una amistad. La amistad es una cosa genial, pero que puede caer muy abajo, Como una gota de agua, sola y sin amigos. La amistad es importante, y sin ella la vida nada vale. Si no quieres, no te querrán. Si no intentas hacer amigos, no los tendrás. La amistad es muy importante.)
Y entonces, cuando me hubo leído el poema, pensé que no era necesario comprar nada, ni un voto ni una papeleta ni un jurado en pleno, porque ese era sencillamente el mejor poema del mundo.
Y eso mismo es lo que van a pensar los del jurado cuando caigan en la cuenta de que lo ha escrito una niña que justo cuando se anima a escribir sus primeros versos anda por los treinta quilos de peso, siempre y cuando no lleve en brazos a nuestra gata Sugus, porque entonces serían ya treinta quilos y ochocientos cincuenta gramos.