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Volver antes que ir
Carlos Rodríguez Crespo | Jueves, 26 de Abril de 2012 15:14
Siempre hay que celebrar los libros que tienden a la originalidad, siempre, pero más hoy, cuando, salvando tentativas más o menos logradas como la debida a la mano de Fernández Mallo (del cual no soy devoto), la narrativa camina por el sendero lastrado del relato lineal y dodecafónico que no arriesga y se acomoda a los clichés de un pseudo XIX, en la esperanza de garantizar al autor un puesto prominente en las listas de venta. Sólo en este sentido, el conservadurismo polvoriento del marginalismo en economía –para el que la termodinámica o la segunda cibernética son desarrollos teóricos ajenos a su competencia– encuentra un correlato en la ficción de esta transmodernidad que hiede a uniformidad y mercantilización.
En esa tradición marcada por el inconformismo formal y la innovación que tanto y largamente ha reivindicado Juan Goytisolo hay que situar, con la distancia precisa, a Flavia Company, en esa “belleza sin ley” que reta a la muerte de la novela, los Vargas Llosa de La casa verde, Cabrera Infante, Severo Sarduy, Manuel Puig, Valente, Ítalo Calvino. Los dos libros de esta autora anteriores a Volver antes que ir, que acaba de publicar Eugenio Cano en su colección de poesía, el libro de cuentos Con la soga al cuello y el inclasificable Trastornos literarios, destacan por esa voluntad de explorar territorios narrativos que definen la imaginación creativa, excluyen esa pesadez de la trama que impone un gusto ortodoxo tan querido por el lector deseoso de historias distintas a la propia, tan domesticado por el relato que siempre finaliza y le introducen en otros mundos posibles. Si en la citada selección organizada de cuentos Company da muestras suficientes de su habilidad para retorcer el material textual, ofreciendo inquietantes vueltas de tuerca al referente extralingüístico que lo inspira (memorables son las piezas El pelo, Padre e hijo, Rodajas de limón, Jacobo y La condena, sobre todo estos dos últimos), en Trastornos, la innovación formal alcanza a la estructura del texto en tres modelos de variaciones que juegan deliberadamente con la intertextualidad y sugieren múltiples hipóstasis literarias a partir de los titulares de prensa, las frases hechas y las figuras retóricas que anuncian cada uno de estos tres grupos de piezas.
Volver antes que ir es un largo poema narrativo donde la madurez y la nostalgia se funden en versos que toman una inclinación elegíaca o se rompen en un desgarro que atenaza la sensibilidad del lector. Consta de tres secciones diferenciadas que sin embargo sirven a un fin común, decir que a las cosas y a las personas “no se puede volver ni siquiera volviendo”, que la emigración “es algo hereditario, que los lugares de los que se parte influyen tanto en la identidad como los lugares a los que se arriba, que no hay forma de volver”, como canta bellamente en el texto que sirve de introito, Secreto, donde la autora explica la génesis de esta obra, el hallazgo del diario que su madre, a los doce años, escribió en el viaje de Buenos Aires a Barcelona. Volver… es un poema donde las licencias ontológicas (“la felicidad es una recompensa que llega al que no la busca”, “Escribimos la vida tan apurados que después no la entendemos”) no desmerece los aciertos metafóricos, dotados de una belleza sólo comparable a la experiencia del dolor que sugieren (“Dame rumbo tras sumar la deriva”, “Que matemos/ lo mismo por una idea que por un trozo de tierra que por nada”), pero, ineludiblemente, este poema es una reflexión sobre el paso del tiempo, el recuerdo que nos informa y mete en la difícil convivencia entre la racionalidad y la emoción, un grito descompasado por la canallada del golpe que evocara Vallejo, un impulso de amor que rastrea nuestras contradicciones, y al tiempo las invoca. Poesía del momento brevísimo y, no obstante, trascendente.
En esa tradición marcada por el inconformismo formal y la innovación que tanto y largamente ha reivindicado Juan Goytisolo hay que situar, con la distancia precisa, a Flavia Company, en esa “belleza sin ley” que reta a la muerte de la novela, los Vargas Llosa de La casa verde, Cabrera Infante, Severo Sarduy, Manuel Puig, Valente, Ítalo Calvino. Los dos libros de esta autora anteriores a Volver antes que ir, que acaba de publicar Eugenio Cano en su colección de poesía, el libro de cuentos Con la soga al cuello y el inclasificable Trastornos literarios, destacan por esa voluntad de explorar territorios narrativos que definen la imaginación creativa, excluyen esa pesadez de la trama que impone un gusto ortodoxo tan querido por el lector deseoso de historias distintas a la propia, tan domesticado por el relato que siempre finaliza y le introducen en otros mundos posibles. Si en la citada selección organizada de cuentos Company da muestras suficientes de su habilidad para retorcer el material textual, ofreciendo inquietantes vueltas de tuerca al referente extralingüístico que lo inspira (memorables son las piezas El pelo, Padre e hijo, Rodajas de limón, Jacobo y La condena, sobre todo estos dos últimos), en Trastornos, la innovación formal alcanza a la estructura del texto en tres modelos de variaciones que juegan deliberadamente con la intertextualidad y sugieren múltiples hipóstasis literarias a partir de los titulares de prensa, las frases hechas y las figuras retóricas que anuncian cada uno de estos tres grupos de piezas.
Volver antes que ir es un largo poema narrativo donde la madurez y la nostalgia se funden en versos que toman una inclinación elegíaca o se rompen en un desgarro que atenaza la sensibilidad del lector. Consta de tres secciones diferenciadas que sin embargo sirven a un fin común, decir que a las cosas y a las personas “no se puede volver ni siquiera volviendo”, que la emigración “es algo hereditario, que los lugares de los que se parte influyen tanto en la identidad como los lugares a los que se arriba, que no hay forma de volver”, como canta bellamente en el texto que sirve de introito, Secreto, donde la autora explica la génesis de esta obra, el hallazgo del diario que su madre, a los doce años, escribió en el viaje de Buenos Aires a Barcelona. Volver… es un poema donde las licencias ontológicas (“la felicidad es una recompensa que llega al que no la busca”, “Escribimos la vida tan apurados que después no la entendemos”) no desmerece los aciertos metafóricos, dotados de una belleza sólo comparable a la experiencia del dolor que sugieren (“Dame rumbo tras sumar la deriva”, “Que matemos/ lo mismo por una idea que por un trozo de tierra que por nada”), pero, ineludiblemente, este poema es una reflexión sobre el paso del tiempo, el recuerdo que nos informa y mete en la difícil convivencia entre la racionalidad y la emoción, un grito descompasado por la canallada del golpe que evocara Vallejo, un impulso de amor que rastrea nuestras contradicciones, y al tiempo las invoca. Poesía del momento brevísimo y, no obstante, trascendente.
5 comentarios:
Dado que todo el mundo parece estar ya de "puente" (a este paso creo que a la mani del 1 de mayo vamos a ir Méndez, Toxo y yo, sosteniendo una pancartita de esas puestas sobre un palo), aquí estoy yo para decir que todo los que dice el autor del texto es verdadero y merecido.
Nán:
Pues muchas gracias, amigo "de guardia". Y oye, me encanta tenerte por aquí tan activo, de nuevo. Te echaba de menos. :-)
"Volver antes que ir es un largo poema narrativo donde la madurez y la nostalgia se funden en versos". Me encanta. Disfruta del puente, Flavia. :)
Verba volant:
Gracias, guapa. Disfruta también tú del puente.
He estado bastante "desactrivado" unos meses, visitando pocos blogs y leyendo mucho en el sillón.
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