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He hablado del libro de relatos con periodistas lectores. He tenido la suerte de encontrarme con personas que, para entrevistarme, se han leído el libro entero. Pensarán muchos que eso es lo que siempre debería ser. Sin embargo, no siempre es lo que debe ser, como bien sabemos todos.
Un privilegio, pues, estos días, comprobar que quienes me preguntaban no solo podían preguntar sino que también podían conversar, opinar, decir "la suya".
Mil gracias a todos/as ellos/as. Sé que no es fácil, tal y como van hoy en día las cosas, dedicar tiempo y esfuerzo a cada uno de los trabajos periodísticos que nos tocan en suerte.
Iré colgando por aquí los links que me vayan llegando. Una alegría.
También copio hoy, al fina del post, el texto que Clara Obligado leyó para la presentación en la librería "Tres rosas amarillas". Una librería deliciosa, por cierto, a la que no debéis dejar de ir. Se encuentran cosas insólitas. Viven solo de cuento, ya sabéis.
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Con la soga al cuello en Estrella Digital, por Esther Ginés:
En Chile:
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Presentación de “Con la soga al cuello”
Flavia Company, Ed. Páginas de Espuma.
Por Clara Obligado.
Librería “Tres rosas amarillas”. 26 de febrero, 2009. 20:00h. Madrid.
La intensidad
Hace unos días alguien me dijo de un amigo, “sí, fulanito es agradable, pero “es demasiado intenso”. Lo decía de manera crítica, como si, al acercarse a esa persona intensa, se entrara en contacto con una fuerza prohibida, turbulenta, como si te pudiera “chupar” una especie de espiral de turmix de efecto devastador, alejándote de esa plácida manera de vivir donde las emociones no están, donde los pensamientos, si es que existen, son etéreos, livianos. Me quedé sorprendida pero, cuando volví a escuchar el comentario, comprendí que la idea de que ser intenso es un defecto no es, hoy en día, demasiado inusual. La intensidad, evidentemente, se contrapone a lo light, no estrictamente a lo que entendemos como liviano, o a lo que Italo Calvino entendía como liviano, es decir, la liviandad de la literatura frente al peso de vivir.
Sí, vivimos en una sociedad light, no sólo en cuanto a la alimentación, sino también en cuanto al pensamiento; consumimos con entusiasmo coca-cola light, pero también consumimos pensamiento blando, como si la seriedad fuese algo que pertenece al pasado, algo que tiene que ver, curiosamente, con la mala educación.
Busco entonces, como hacemos hoy, el sustantivo “intensidad” en internet y nada parece remitirlo a la idea de pensamiento. Se habla, sí, de esfuerzo físico más o menos intenso, de la intensidad del sol, del viento, nada referido al campo de las emociones. Sólo encuentro una cita, de la escritora Luisa Valenzuela, quien declara que ella encontró la intensidad en la literatura, no el la propia, sino en la ajena.
Perdonadme esta ensalada de conceptos, pero me viene bien para presentar un libro que lleva como título “Con la soga al cuello”, idea que no se aparece, justamente, como una sesión de relax. ¿Qué sensación nos provoca el título? “Con la soga al cuello” me remite, imposible evitarlo, a la sensación que tenemos todos en estos días con respecto a lo que sucede en el mundo, esa “crisis” de la que, con una ingenuidad casi light, esperamos ser salvados por un coloso negro que será capaz de sostener sobre sus espaldas a este dolorido mundo.
Sí, nos sentimos “con la soga al cuello”, pienso, qué duda cabe. Y luego, me digo también: ¿Cómo se traduce? ¿Qué tiene que ver esto con la literatura? ¿Cómo se puede contar lo que sentimos? Y, por fin, ¿qué sería de la literatura de nuestra época sin la intensidad? ¿Qué sería del cuento y de su hermano, el poema? ¿Es posible pensar nuestro mundo con un pensamiento vacío? ¿Puede hoy un buen cuento ser solamente decorativo, algo que compramos y queda bien junto al televisor? Literatura y vida se mezclan y se me mezclan, como en este libro que tengo que presentar.
Se ha definido a un buen cuento como “un puñetazo en el mentón”, y perdóneseme este símil tan efectivo como masculino, porque podríamos decir, también, desde nuestra orilla, que, un buen cuento, es como un alfilerazo en el alma. La intensidad reaparece, en cualquier caso, y en ambas imágenes. Justamente creo que la intensidad es la línea marcada en el suelo, el círculo de tiza fuera del cual puede que haya divertimento, estética, hasta fama y dinero, pero donde, sin duda, no hay literatura.
Conocí a Flavia Company en un encuentro de escritores en Asturias, hace dos o tres años, y hasta hoy no nos hemos vuelto a ver. En esos encuentros, en el marco de estas reuniones, se ha instalado una rutina que consiste en no discutir sino en agradar, en no polemizar, sino en callar. Al fin y al cabo, se trata, más que literatura, de negocios. No en todos los caso, es cierto, pero sí en general.
Ese día, pues, Flavia expuso, con una calma que me impresionó, las razones por las cuales no le gustaba un pope de la literatura actual, pope económico y mediático, melancólico en su huída al pasado, amante de las batallas, académico, taquillero, cuyo nombre evitaré pronunciar. Me gustó mucho Flavia, su valentía sincera y poco aparatosa, su intensidad, su manera de posicionarse en un espacio que todos reconocemos como incómodo: el de la literatura escrita con honestidad, el de la lectura crítica, y envidié, por qué no decirlo, esa manera tranquila de presentar sus ideas.
Flavia, con su posicionamiento, se colocó evidentemente al margen, que es donde se fragua la crítica y la verdadera cultura, y desde el margen exponía sus puntos de vista. No me extraña, pues, que años más tarde aparezca con un libro que se llama “Con la soga al cuello”.
El suyo es, pues, un pensamiento al margen, y un pensamiento del y desde margen, como quiso nuestro viejo Borges, un pensamiento viajero y excéntrico, centrifugado, es decir, alejado de los centros de poder: Desde allí escribe. Y así, “con la soga al cuello”, cuando recorremos las páginas de su libro, nos asomamos a un narrador inquietante (en el sentido técnico del término), un narrador que vacila, porque la verdad no es una y para siempre, sino matizada y confusa, un narrador que se puede asimilar tanto a la autora como englobar al lector, quien pudo ser, como dice Cortázar “uno de los personajes de esta historia”.
Es una literatura hecha de signos cotidianos, alejada de lo altisonante. Hija, creo, de Clarise Lispector, de autores que se basan en lo mínimo para luego abrir la ventana y mirar las estrellas, una literatura en la que, como en Carver, abundan las neveras que son símbolo de lo que se deshace o desmelena, esa nevera y ese yogur caducado desde el que parte una de las historias de este libro, pequeña historia de heroicidades y de amor delicado entre dos mujeres a quienes la sociedad, con su gusto por la elipsis y el borramiento, considera, no dos amantes, sino dos hermanas. Historias que hacen visible lo invisible. Y la ternura, la ternura siempre.
Me gusta el punto desde donde escribe Flavia Company, lo comparto, está mucho menos centrado en la acción que en lo que genera la acción. Si en la literatura tradicional los hechos esconden las emociones, en la literatura actual, y después de Virginia Wolf, son los hechos los que pasan a segundo plano para que aflore aquello que los mueve, la pequeña y enorme historia de los sentimientos. A mi se me ocurre que analizar los hechos es como mirar las ondas en el agua sin comprender la piedra que las generó, es preguntarse, una y otra vez, por algo que, visto desde la simple acción, carece de sentido. Y pienso en esa mujer de los cuentos de Flavia, que “abre la puerta de la memoria y, como si fuera la de una nevera, un frío largamente acumulado se abalanza sobre ella”
Como era de esperar, los cuentos de Flavia Company están habitados por personajes de nuestra época sin ningún prestigio romántico, parados, viejas, excéntricos, gente de mediana edad alejada tanto del glamuroso entorno de las pasarelas como de la nostalgia pedante de lo histórico. Personajes curiosos, no de los secretos de la guerra o de los vaivenes del mercado, sino de esa pequeña vida ajena que se teje a nuestra vera, ansiosos por saber qué pasará dentro de un segundo, cuál es la mentira piadosa que necesita recibir quien comparte nuestra vida, o qué se siente cuando descubrimos que hemos convertido el amor en una simple operación matemática, un cuento divertido, que empieza, y son palabras de la autora, cuando alguien “mientras se enjuaga la boca después de lavarse los dientes, encuentra un pelo de coño haciéndole cosquillas en el paladar”.
Pero, a pesar de los pequeños mundos que pinta, el libro de Flavia Company no convocan nunca emociones superficiales, sino que nos mantiene, como dice su título, “Con la soga al cuello”. Porque vivir, creo que piensa ella, es estar siempre al borde de la asfixia, de la muerte. No de la casquería, no de la persecución sanguinolenta y de los hechos violentos y estrepitosos, no al borde de las gestas de corte masculino donde los ejércitos se reparten el mundo como un queso. No, vivir, en este libro, es algo mucho más sutil y más tierno, menos ajeno a la realidad de todos los días, y, por tanto, más peligroso y comprometido. Vivir pareciera, pues, el arte de mantenerse a flote, el de aflojar, aunque sea un poco, la soga que nos oprime el cuello, o descansar, por qué no, entre un asalto y otro, esperando ese instante en que se enciende el pensamiento y surje algo que ilumina la realidad. Como dice uno de estos cuentos, “La inseguridad le parece un arte, la posibilidad de vivir en vilo, como si la vida fuera otra cosa, algo de lo que nunca nadie le ha hablado. Vista desde su asiento del tren, la vida es algo de lo que nunca nadie le ha hablado. Por lo menos a ella. Le han hablado de necesidades, de ideas, de propósitos, de tantas cosas, pero no de la vida”
¿Qué es hablar de la vida? ¿En qué consiste lo importante? Creo que no es una mala pregunta para hacérsela a la literatura. Y el lugar, desde donde Flavia Company hace emerger su escritura: “Hay un momento en el que me identifico con lo observado. Mientras miraba a la mujer, yo era ella, y su tristeza era la mía aunque la construyera con mis motivos, se los adjudicaba, y esa mujer estaba entonces triste por la muerte de mi madre o la desaparición de mi amiga, y para consolarla buscaba argumentos, pero sabía que no servirían para nada, ¿qué podía decirle? Además, la mujer se avergonzaba de sus penas repetidas tantos años, las mismas siempre, como si las penas fueran ropa y hubiese por tanto que renovarlas”.
La invitación a este acto decía: El próximo 26 de febrero, jueves, a las 20 horas, la Librería Tres rosas amarillas y la Editorial Páginas de Espuma te invitan a la presentación del libro CON LA SOGA AL CUELLO de la escritora FLAVIA COMPANY. Darán la bienvenida a este nuevo libro de relatos Clara Obligado, Juan Casamayor y un generoso séquito de cuentistas dispuestos a aflojar el nudo de la sogacon buenas letras y con buen vino. ¡No te lo pierdas!
Al leer la convocatoria, volví a darle vueltas al tema de la intensidad. ¿Nos inquieta que un libro se llame “Con la soga al cuello” Yo me hago otra pregunta: ¿Qué podríamos escribir en este mundo que se ahoga? Y me digo que no sé si estoy dispuesta a aflojar el nudo de la soga, o, al menos, no estoy dispuesta a pensar que tanto el nudo como la soga han dejado de existir. Es cierto que vivir con esta conciencia no es cómodo, pero sí que es interesante, como también lo es la literatura que emerge de esta sensación.
En todo caso, si el día se nos hace largo y necesitamos descansar, si la noche se hace demasiado oscura, siempre podemos acudir a una frase de la autora que no deja de consolarnos, y con la que quiero cerrar mi intervención: “Es una suerte que existan los demás”
Muchas gracias a Flavia por su libro, muchas gracias a vosotros también.