No sé si todas, pero algunas editoriales infantiles ofrecen a las escuelas charlas que los escritores del catálogo dan a los niños que han leído un libro suyo. No todos, eso sí lo sé, pero algunos maestros y maestras que creen en la enseñanza y que buscan la manera de contagiar el entusiasmo por la lectura a sus alumnos, se meten en camisa de once varas y organizan encuentros entre los autores de los libros y los niños, previo todo el trabajo que eso implica, como ser la buena preparación de la lectura y su comprensión, al margen de alguna actividad extra que los entusiasme, como por ejemplo realizar ilustraciones propias, imaginar otro final, etc.
Estuve el viernes pasado en uno de esos encuentros.
Cincuenta niños me miraban con expectación -imaginad si había expectación, que cuando se atrevieron a hablar, una de las niñas llegó a preguntarme si yo dormía alguna vez.
Estuvimos charlando un rato, ellos me hacían preguntas y yo las contestaba, de vez en cuando había que pedir silencio, pero en general fue un momento agradable, lleno de pequeñas sorpresas y de ternura.
Cuando acabamos la charla, y antes de que me sentara a dedicarles uno por uno sus ejemplares, se acercaron un niño y una niña a entregarme un ramo de flores y, también, lo que se veía claramente que se trataba de una caja de bombones, envuelta en papel de regalo. Les di las gracias, claro, y cuando me disponía a firmar, todos empezaron a gritar: ¡Que lo abra, que lo abra, que lo abra! Me pedían que desenvolviera la caja de bombones.
La escuela a la que fui pertenece a un barrio deprimido de Barcelona. Desenvolví la caja, roja, ellos dejaron escapar un chillido de emoción, y calculé: si la abría no daba para un bombón por cabeza, y además, muy probablemente, los decepcionaría que los regalase a manos llenas, como si tal cosa. Así que nada, volví a dar las gracias y me senté a firmar. Nombre del niño y un dibujito, que puede ser una flor, una carita o un gato.
Al terminar hubo aplausos entusiastas. Por su parte y por la mía. Empezaron a salir del aula en donde habíamos tenido el encuentro. Justo antes de marcharse, un niño se acercó, abrió la mano y me mostró, ofreciéndomelo, como si no me hubiesen dado bastante ya, un caramelo envuelto en un papel arrugado, rozado, que debía de llevar en su bolsillo un montón de tiempo. Luego pude entrever que llevaba unas letras que confirmaban que pertenecía a la Cabalgata de Reyes: o sea, el caramelo llevaba con el niño más de dos meses.
¿Qué habríais sentido vosotros? Seguro que también se os habría encogido el corazón.
13 comentarios:
Ha sido muy emocionante leer tu encuentro con algunos de los niños que leen tus libros y en el gesto de ese niño que te entrega el caramelo hay una gratitud hacia ti que de ninguna manera sabríamos ni siquiera imitar los adultos a los que también nos haces felices con tus libros.
Winsta:
Llevo el caramelo de Reyes en el bolsillo. No me lo he comido ni tampoco lo he dejado en la mesilla, o en la cocina o en la mesa de trabajo. Lo llevo conmigo.
Preciosa tarde, sin duda.
Hace tiempo trabajando en una escuela infantil hubo reparto de juguetes en un barrio perdido y deprimidísimo de la ciudad, fuera del mapa de las instituciones y casi de los mapas reales. El regalo que me a mí toco dar fue una flauta. Cuando me marchaba, me fije que el niño que había recibido la flauta la había desmontado por completo. ¿Qué haces?, le pregunté. El crío buscaba dentro del instrumento al responsable de tanta belleza. No hay nadie, le contesté. ¿Entonces cómo suena? Tanto su reacción como sus preguntas me dejaron tocada, muy tocada. Y por supuesto me sentí como una gilipollas que regala cosas sin tener ni idea de lo que hace. A la semana siguiente acudí con un amigo que toca varios instrumentos musicales, incluida la flauta. Esta vez acertamos. Fue una tarde estupenda llena de música y de instrumentos y de preguntas. A los crí@s les encanto. He tenido la suerte de seguir en contacto con ese niño que ahora es un adolescente. Y cosas de la vida, no es flautista, pero es músico. Acabo de destripar la historia que tenía pensado contar en un post, pero es que lo que hoy relatas me lo ha recordado con tanta fuerza que no he podido evitar contarlo.
Estoy segura que para esos crí@s tu tarde será recordada mucho tiempo. Sugerencia: Yo que tú preguntaba el nombre del niño del caramelo, quien sabe...
Un abrazo,
M
Entrenomadas:
Qué bueno lo que cuentas. Es preciosa, esa historia. Y encima va y se hace músico... y sigues en contacto con él... Qué maravilla. Pues sí, tendré que preguntar el nombre del niño, sí. :)
A mí cuando era niño me hubiera gustado que viniera alguien como tú a mi escuela, seguro.
Yo una vez tuve una oportunidad que se parece un poco. Había publicado -a través de Caja de Ávila- un álbum de fotografías antiguas de mi pueblo, recopiladas entre familias de allí... Y en las jornadas culturales del cole, que eran sobre tradiciones locales, me invitaron los profesores a hacer una proyección de algunas de esas fotos y contarles cosas a los niños (a partir de cierta edad, los muy pequeños no estaban). Me pareció que les iban a aburrir esas "batallitas", pero para mi sorpresa fue todo lo contrario. La experiencia estuvo fantástica, porque les invité a ir comentando conmigo las fotos que veían, a decirme si reconocían a alguien... No sólo resultó instructivo (conocieron algo más de la historia de su pueblo, de cómo vivían sus padres, abuelos,etc.) sino que resultó divertidísimo.Ellos lo pasaron bien pero yo me lo pasé como un enano.
Y lo de tu caramelo de Reyes... Yo creo -no sé si estaré equivocado- que así como hay valores que nos salen más o menos espontáneos, la generosidad no es uno de ellos. Ese valor me parece que es aprendido. Y entonces cuando un niño, que generalmente tendrá una tendencia natural más bien egoistilla, tiene un gesto espontaneo de ese tipo, es verdad que conmueve. Os invito a leer esta pequeña historia si queréis:
http://carlosjaviergalan.blogspot.com/2008/01/la-nia-y-los-msicos.html
Carlos:
Me imagino a los niños sorprendiéndose al ver algunas de tus imágenes, para ellos desconocidas. Preciosa historia, también.
Me pregunto ahora si el niño del caramelo se habrá dado cuenta de cómo me impresionó. Seguramente, no, claro.
Preciosa vivencia. Y es para comérselo (al niño, no al caramelo). A veces pequeños movimientos son capaces de producir auténticos seísmos emocionales.
Nosotros llevamos un programa de ayuda a menores en riesgo y resulta frustrante en muchos casos pero tan gratificante en otros...
Un detalle precioso. Yo estoy rodeada de niños todo el día. Es verdad que tienen esas cosas que te encogen por dentro. Los míos han descubierto a Vivaldi esta mañana en clase, les ha encantado. Les ha sorprendido mucho que llevara peluca.
Barbara:
¿Ayuda a menores en riesgo? ¿Dónde? Qué bueno.
Paola:
¿Niños de qué edad? Son tan claros, tan sorprendentes. Vivaldi, claro, los vuelve locos. Pura vida.
Pues es un programa que llevamos a cabo para los servicios sociales del ayuntamiento de Mislata (mi pareja es psicólogo y tenemos una empresa de servicios de psicología). Tres tardes a la semana acuden menores de familias desfavorecidas (con casos absolutamente sangrantes) y, aunque no existen los milagros, a través del programa "JUEGO" por ejemplo, los menores, mediante actividades lúdicas, desarrollan valores prosociales, de empatía, de respeto, de cooperación y aprenden unas normas sociales. Cositas pequeñas pero que a veces pueden marcar la diferencia entre un futuro adulto inadaptado socialmente y otro que sí lo esté.
Barbara:
Sí, sí importan esas cositas pequeñas. Estuve trabajando una vez en un Ayuntamiento como dinamizadora cultural en el ámbito de niños problemáticos. Momentos tremendos y momentos de una emoción extraordinaria. Algunos de aquellos niños se agarraron con fuerza al clavo ardiendo que era aquel pareche que me tocaba dirigir y, sin duda, cambiaron el rumbo al que, en un principio, parecían tristemente destinados.
Encomiable vuestro trabajo. Da ánimos que exista.
Flavia, pues tengo desde 3 años a 12 años, más de 400 alumnos en total... una locura. Ya ves que no son míos míos, pero como si lo fueran todos :D
Paola:
Vaya, vaya, qué barbaridad. 400 niños, ¡guau! Qué niñerío, jajajaja. Se aprende mucho de ellos, ¿eh? A mí me lo parece, al menos.
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