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Me entristecen, me indignan, se me indigestan las luces de Navidad con su exceso, su consumismo ostentoso, su "me da lo mismo el resto del mundo y el medio ambiente y mientras yo pueda pagármelo... ande yo caliente y ríase la gente". (Y por cierto, que ya nadie nunca haga el ridículo apagando cinco minutos las luces de su casa y todo aparato eléctrico doméstico para ahorrar la energía del mundo. JUAJUAJUA).
Apaguemos las luces que adornan las calles. Apaguemos esa flagrante denuncia de nosotros mismos, de nuestra falta de empatía, de sensibilidad, de juicio.
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Me da vergüenza el ejército de compradores compulsivos que en estas fechas caminan como hormigas desorientadas bajo esos focos absurdos que, precisamente, iluminan tan sólo lo que queremos ver, lo que necesitamos ver mientras entramos tienda tras tienda a comprar objetos superfluos, innecesarios, ridículos. Mientras "vamos de compras", expresión tan distinta de "ir a comprar", como bien señaló Adela Cortina en su ensayo "Por una ética del consumo", sobre el que escribí el año pasado en el Periódico, justamente después de las fiestas navideñas -me gustaría que empezaran a llamarse ya de una vez por todas "fiestas de invierno"-, un artículo que os copio aquí y que volvería a firmar palabra por palabra:
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DIME LO QUE CONSUMES Y TE DIRÉ QUIÉN ERES
Publicado en El Periódico de Cataluña. Enero de 2006 (creo; aprox).
Publicado en El Periódico de Cataluña. Enero de 2006 (creo; aprox).
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Para muestra, un botón: “El coste para proporcionar salud básica y nutrición a todos los habitantes del mundo que no pueden acceder a ellas en la actualidad es de trece mil millones de dólares anuales, mientras que el gasto anual en comida para animales domésticos en Estados Unidos es de diecisiete mil millones de dólares”, constata la obra de Adela Cortina citada más abajo.
Superada la resaca de los excesos de las compras navideñas, inmersos todavía en la vorágine de las rebajas y enfrentados al fin a la famosa cuesta de enero, tal vez sería éste un buen momento para reflexionar sobre ciertos hábitos de consumo y cuestionarlos, ya que estamos a principios de año y, como anuncia esperanzado el dicho, “año nuevo, vida nueva”.
¿Por qué consumimos tanto? ¿Por qué el mundo rico se empeña en ir de compras como si se tratara de una actividad lúdica y no en ir a comprar cuando así sea menester a causa de necesidades concretas –hambre, frío, enfermedad, entre otras- que deben solventarse? ¿Acaso resulta gratificante la adquisición de objetos que el mercado ofrece aun cuando éstos no nos hagan falta? ¿Nos hace felices comprar? ¿Somos libres cuando lo hacemos? ¿Elegimos o nos manipulan? ¿Puede nuestra conciencia estar tranquila cuando conoce el hecho de que mientras medio mundo consume más de lo que necesita el otro medio necesita mucho más de lo que consume?
En “Por una ética del consumo”, magnífico ensayo de Cortina publicado recientemente por Taurus, se ofrecen numerosas respuestas a estos temas. Leemos que una de las grandes responsables de nuestra conducta consumista es la necesidad de una identidad, individual y social, que el mercado ha sabido aprovechar.
Podríamos entonces formular el antiguo refrán “Dime con quién andas y te diré quién eres” de la siguiente manera: “Dime qué consumes y te diré quién eres”. La pertenencia a un grupo social exige, es verdad, la posesión de ciertos objetos o ventajas que, al mismo tiempo, implican conductas o hábitos. Se consume para parecerse a alguien, para superar a alguien, para demostrar el éxito, para pertenecer a una comunidad. Para ser alguien, en suma. ¿Tanto tienes tanto vales?
Consumir es inevitable, naturalmente. Es necesario para sobrevivir: precisamos alimentos, ropas, abrigo, lugar donde vivir, medio de transporte, etc. El meollo de la cuestión es precisamente lo que de veras necesitamos. ¿Dónde está el límite? ¿A qué correspondería un consumo ético, un consumo moralmente aceptable? ¿Qué es lo auténticamente necesario? No puede limitarse a lo estrictamente físico, claro está. Los seres humanos somos seres sociales que establecemos relaciones con los demás mediante el intercambio, el reconocimiento, la diversión, la cultura, la comunicación.
No son pocas las personas que han advertido de la necesidad de frenar el consumo descontrolado para preservar el planeta de la destrucción total y absoluta. El desarrollo sostenible –lo que la Tierra puede aguantar- pasa por cambiar nuestro estilo de vida y adoptar costumbres que respeten el medio ambiente, su equilibrio y la distribución justa de sus riquezas entre todos aquellos que la habitan y a quienes sin duda pertenecen por igual, incluidas las formas de vida no humanas. Tal vez deberíamos plantearnos que, para poder seguir viviendo bien, habría que vivir ya de un modo distinto, tendríamos que cuestionar nuestras necesidades y basar quizás parte de nuestra identidad, de nuestro éxito, en bienes que no se pueden comprar.
Lo que está claro es que hay que replantearse el asunto. No podemos seguir al ritmo al que vamos, que necesariamente provoca desigualdades insostenibles. Año nuevo, vida nueva: Que nos guíen la prudencia, la justicia y la sensatez.
Superada la resaca de los excesos de las compras navideñas, inmersos todavía en la vorágine de las rebajas y enfrentados al fin a la famosa cuesta de enero, tal vez sería éste un buen momento para reflexionar sobre ciertos hábitos de consumo y cuestionarlos, ya que estamos a principios de año y, como anuncia esperanzado el dicho, “año nuevo, vida nueva”.
¿Por qué consumimos tanto? ¿Por qué el mundo rico se empeña en ir de compras como si se tratara de una actividad lúdica y no en ir a comprar cuando así sea menester a causa de necesidades concretas –hambre, frío, enfermedad, entre otras- que deben solventarse? ¿Acaso resulta gratificante la adquisición de objetos que el mercado ofrece aun cuando éstos no nos hagan falta? ¿Nos hace felices comprar? ¿Somos libres cuando lo hacemos? ¿Elegimos o nos manipulan? ¿Puede nuestra conciencia estar tranquila cuando conoce el hecho de que mientras medio mundo consume más de lo que necesita el otro medio necesita mucho más de lo que consume?
En “Por una ética del consumo”, magnífico ensayo de Cortina publicado recientemente por Taurus, se ofrecen numerosas respuestas a estos temas. Leemos que una de las grandes responsables de nuestra conducta consumista es la necesidad de una identidad, individual y social, que el mercado ha sabido aprovechar.
Podríamos entonces formular el antiguo refrán “Dime con quién andas y te diré quién eres” de la siguiente manera: “Dime qué consumes y te diré quién eres”. La pertenencia a un grupo social exige, es verdad, la posesión de ciertos objetos o ventajas que, al mismo tiempo, implican conductas o hábitos. Se consume para parecerse a alguien, para superar a alguien, para demostrar el éxito, para pertenecer a una comunidad. Para ser alguien, en suma. ¿Tanto tienes tanto vales?
Consumir es inevitable, naturalmente. Es necesario para sobrevivir: precisamos alimentos, ropas, abrigo, lugar donde vivir, medio de transporte, etc. El meollo de la cuestión es precisamente lo que de veras necesitamos. ¿Dónde está el límite? ¿A qué correspondería un consumo ético, un consumo moralmente aceptable? ¿Qué es lo auténticamente necesario? No puede limitarse a lo estrictamente físico, claro está. Los seres humanos somos seres sociales que establecemos relaciones con los demás mediante el intercambio, el reconocimiento, la diversión, la cultura, la comunicación.
No son pocas las personas que han advertido de la necesidad de frenar el consumo descontrolado para preservar el planeta de la destrucción total y absoluta. El desarrollo sostenible –lo que la Tierra puede aguantar- pasa por cambiar nuestro estilo de vida y adoptar costumbres que respeten el medio ambiente, su equilibrio y la distribución justa de sus riquezas entre todos aquellos que la habitan y a quienes sin duda pertenecen por igual, incluidas las formas de vida no humanas. Tal vez deberíamos plantearnos que, para poder seguir viviendo bien, habría que vivir ya de un modo distinto, tendríamos que cuestionar nuestras necesidades y basar quizás parte de nuestra identidad, de nuestro éxito, en bienes que no se pueden comprar.
Lo que está claro es que hay que replantearse el asunto. No podemos seguir al ritmo al que vamos, que necesariamente provoca desigualdades insostenibles. Año nuevo, vida nueva: Que nos guíen la prudencia, la justicia y la sensatez.
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24 comentarios:
Estoy muy de acuerdo. A finales de noviembre escribía yo sobre un día en el que paseaba por Ciutat Vella en bcn sorprendido de ver ya entonces tanta luz "navideña" y comentando cómo todo ese ejército de personas que describes no reparaban en una fila de cartones colocados a modo de cama en un cajero mientras saltaban de tienda en tienda.
En cuanto a los apagones de cinco minutos, supongo que tienen un valor simbólico más que nada. Yo, aunque sé que en ocasiones se interpreta mal y no gusta, soy muy crítico con acciones que pretenden solidarizar pero que, en mi opinión, proporcionan una válvula de escape a la gente para que se piense que ya ha aportado su granito de arena, para luego pasar a no hacer nada en el día a día, que es lo que importa. Es como la limosna moderna que tranquiliza nuestras conciencias. Y con la prudencia de quien acaba de llegar a tu casa, déjame decirte que no estoy seguro de que haga falta la segunda foto para transmitir el mensaje. Puede que sea algo muy personal pero siento que hay que ser muy restrictivo en el uso de este tipo de fotos.
Tal vez la gente consume tanto porque no sabe buscar otras cosas ni dónde hacerlo. Hoy por ejemplo, no me ha hecho falta salir a comprarme nada nuevo y te he encontrado a ti. Mañana no sé, igual te encuentro otra vez, pero como hay mucho que mirar aparte de las tiendas...
Bueno la sociedad de consumo esta basada en el consumo , lo basico es poco , pero el motor es lo superfluo , ahora los productos ya se fabrican para que duren poco y el ciudadano es mas importante un dia de que no trabaja que uno que trabaja , pues es en el ocio dondes se produce no en el trabajo .
a mi las cosas no me gustan , casi no tengo nada .
Tú lo has dicho todo. Totalmente de acuerdo contigo.
Frilanser:
Hola, gracias por venir hasta aquí y por dejar tus impresiones.
Completamente de acuerdo en el tema simbólico de los cinco minutos. De hecho, me sumé a ellos.
Y lo que me dices sobre la segunda foto me ha hecho pensar mucho. Ya había dudado antes de añadirla, y ahora he estado a punto de eliminarla. Pero esas luces que no se dirigen adonde deberían... No sé, la necesito ahí. Y fíjate que no puedo estar más de acuerdo contigo en que no hay que abusar del uso de estas imágenes, hay que ser cautos y respetuosos. No sé qué hacer. Puede que acabe por quitarla. Gracias de todos modos por tu reflexión.
Francis:
Ahí está el truco. Cuantas menos cosas tienes, menos necesitas.
Dintel:
Qué gusto saber que somos unos cuantos.
Sobre el consumo indiscrimanado y la cantidad de medios es brutal la paradoja , ahora un tio de 15 años seguramente no ha comprado un disco en su vida y puede esucucharlos todas gratis , asi que es muy facil que no le de un valor , es algo que siempre ha estado , esto lo podemos traspolar , el otro dia fui caminando del Born a Diagonal y la cantidad de bares restaurants sitios de copa , pastelerias, cafes.... era brutal mas de tres o cuatro por calle , todos llenos de comida que sobra , alcohol , refrescos ... pero eso como el niño de 15 años con la música , lo damos por hecho , pero ya sin demasiado aprecio . Pero en muchos lugares del mundo uno solo de esos bares es un milagro
¿y no será que el egoísmo es algo innato en el ser humano? pregunto
Excelentes, el post y el artículo. Que va más allá de la ética para insertarse en un análisis racional de la situación.
Ya he reconocido por algún lado que "tengo" que hacer muchos regalos. Que son, siempre, libros, cuadernos, cuadros, etc.
No importa, esas cosas se pueden regalar el año entero si se puede y se quiere. Es "absolutamente necesario" salir de esto. No me parece mal que las familias o amigos se reúnan a comer y beber cuando les parezca y apetezca.
"Parecer" y "apetecer": esas son las palabras reales y sensatas. Pero no "obligados" por el calendario y la publicidad, convertida en arma de intoxicación masiva.
Voy a imprimir tu artículo y acompañará cada uno de los regalos que haga (ya no hay más remedio este año), anunciando que el año que viene no los aceptaré ni los haré (salvo a los niños) en estas fechas y obligado por una costumbre que me agobia.
El más fuerte de los abrazos.
Nán:
Salvo los niños, naturalmente.
Me alegra estar de acuerdo contigo. Me importa estar de acuerdo contigo.
Otro abrazo de los más fuertes.
Cada año igual, y no me acostumbro... "¿Qué está pasando? Ah, coño, claro, es Navidad"
Una pregunta general: si las próximas navidades no iluminasen las calles, seguro que no lo echaríamos en falta?
mmm....
Sombretti:
Podríamos echar de menos las luces, extrañarnos de que no estuvieran, pero merecería la pena.
Por cierto, estás muy "feo y poco favorecido" en la foto. ¡Jajajajaja!
A mi me da verguenza la poca verguenza que tiene la gente.
Por cierto y con los gastos innecesarios de navidad, una gran empresa de Barcelona desde hace un par o tres de años decide dar lo que se gasta en felicitaciones a algún organismo de ayuda a los niños. Son unos 20.000 Euros. Si todos hiciesemos lo mismo, unos niños sobrevivirian.
Hola el otro dia me entere de la existencia de este libro :
http://www.maeva.es/libro-185-Las_mujeres_que_leen_son_peligrosas.htm
es un libro con pinturas de mujeres leyendo y textos de los pintores , vamos que puede ser un buen regalo de Navidad
Civisliberum:
Buen ejemplo el de esa empresa. Y por algo hay que empezar.
Francis:
No sé yo esos libros nacidos para convertirse en regalo. Si lo hojeas, dinos qué tal es.
s(alvaje)
Todos somos egoístas, en efecto. Pero ahí esta esa cabecita... para reconocerlo y actuar en consecuencia.
Yo no soy egoísta soy egocéntrico pero claro es cosa mía y solo mía y espero que nadie me lo reproche porque solo me incube a mi y os pongo el comentario pero he dudado pues creo que si lo he escrito yo y lo leo yo es suficiente pues esta idea es mía y ya esta pero como creo que soy estupendo os lo dejo para deleitarme de lo que os gusta mi comentario, escrito en este blog que Flavia hizo para que yo lo leyera.
Os dejo y me voy a jugar con el yo-yo
El problema del yo-yo, Francis, es que es siempre lo mismo. Recuerdo que durante la adolescencia tuve varios: azules, naranjas, negros. Es la época idónea para usarlos, jajajaja.
¿Por qué se llamará así? ¿Porque uno no puede hacer caso a nada más mientras lo sube y lo baja como un autómata?
Se llama así porque lo fueron a patentar dos hermanos y cuando llegaron el registrador pregunto quien de los dos lo había inventado, los hermanos que eran gemelos y el registrador era incapaz de diferenciarlos dijeron al la vez: YO. Así que el funcionario para no crear problemas familiares decidió poner ese nombre al producto, me dicen que los hermanos discuten cual de los Yo es el primero, pero eso ya es otra cuestión
flavia,
¿tú crees que la cabeza está ahí -a parte de para hacer bonito en algunos casos- para luchar contra el egoísmo propio o ajeno? si es así, ¿por qué quienes 'nos' gobiernan -que supuestamente tiene una inteligencia por lo menos dentro de la media- permiten que haya estas desigualdades absurdas e injustas?
por cierto, yo en la adolescencia no tenía yo-yos pero tenía una colección impresionante de tu-tus.
Francis y (s), poneos un 10 cada uno. La historia de la patente y la de los tutús lo merecen.
jajajja...gracias, nán. un excelente me alegra el día, aunque ya se esté acabando.
Gracias por tu comentario y por la frase de Wittgenstein. En efecto, los límites de nuestro lenguaje coinciden exactamente con los límites de nuestro mundo. Cuando ampliamos nuestro mundo, ampliamos a la vez nuestro lenguaje.
Respecto a tu entrada sobre la Navidad, si había algo que celebrar está claro que ya se la están (nos la estamos) cargando, empezando cada vez antes la supuesta celebración navideña, por razones obviamente comerciales.
Como cada año empieza a celebrarse antes, pronto empezará a hacerse en verano, a pesar de que su origen fue precisamente celebrar el renacimiento del Sol tras el día más corto del año (solsticio de invierno).
Y cuando siempre sea Navidad, nunca será Navidad.
(Yo también vengo y vendré a visitarte.)
Nán:
Es verdad, esas historias son de diez.
Saiz:
Efectivamehte, pronto "siempre" será Navidad.
Y sobre el lenguaje y el mundo... quizás lo formularía al revés: cuando ampliamos los límites de nuestro lenguaje es cuando ampliamos nuestro mundo.
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¿A alguien se le ocurre alguna otra buena historia ficticia sobre el origen de la palabra yo-yo?
Buena no, pero fictícia sí. Me da un poco de corte, que soy de ciencias y no hay más cera que la que arde.
Cansado de que le llamaran creído, Narciso decidió sacrificarse y jugar un día con su vecino para demostrar que podía compartir su yo con otros. Sentados en el parque, el vecino le enseñó un juguete que había ideado, un cordón enrollado en un disco de madera y al que daba sacudidas para hacer subir y bajar el disco. Lo lanzaba al cielo y lo recogía, lo dejaba caer y lo volvía a recoger. Narciso era incapaz de apreciar la parte divertida de tal actividad, pero cuando su compañero temporal de juegos le propuso buscar un nombre para el juguete se lo tomó como un reto, a la vez que como un reconocimiento de que sólo él estaba capacitado para hacerlo. Observó el juguete al subir y al ver el cielo, cobró conciencia de su divinidad y dijo "yo" fascinado. Observó el juguete al descender y al bajar la vista no pudo evitar mirarse el ombligo y volver a decir "yo" totalmente embelesado. "Suena bien" -contestó su vecino desde el suelo.
(el comentario borrado es mío, había usado una identidad que ya no uso)
Frilanser, "don" científico. Es buena tu historia, mítica y desmitificadora a un tiempo. Además de comentar el origen de la palabra, lo data y le ofrece a la anécdota paisaje.
Gracias. Este tipo de regalos sí que me gustan, aunque sea Navidad.
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