Aparece “La mitad sombría” en Argentina, de la mano de Evaristo Editorial. Roxana Artal y Damián Blas Vives, sus editores, han acordado conmigo “argentinizar” la novela. Era de justicia. Recuerdo que cuando en España la publicó en 2006 Sergio Gaspar en su sello DVD, una de las páginas que más me costó soltar es aquella donde se conjuga el verbo morir en imperativo. La protagonista pide a uno de los personajes “muérete”. La voz narrativa estaba construida con el español peninsular y la autora de la voz narrativa -o sea yo- tuvo una pelea sin cuartel al respecto. Porque para que tuviera la categoría de una orden la autora pensaba: “morite”. Justicia poética la publicación al fin de esta novela en su lengua original -la que habitaba la cabeza de la autora, que siempre se estuvo traduciendo para llegar al papel-, con una cubierta espléndida y una maquetación impecable de Marco Zanger.
¿Les cuento una anécdota divertida acerca de la primera publicación de la novela? También se trataba de una editorial pequeña, de esas que existen gracias al esfuerzo y pasión de su editor/a, de esas que no cierra porque quienes la dirigen creen en el arte y aman la literatura, defienden la cultura y la diversidad, sienten que otres deben tener al alcance textos que de otro modo no llegarían jamás a sus manos. Bien. Firmé contrato con Gaspar, mi hermana diseñó la cubierta -un lujo las cubiertas diseñadas por mi hermana, siempre- y el libro estaba por aparecer. El adelanto que me pagaron fue tan digamos escaso, que aprovechando la visita a Barcelona del director de cine Arturo Ripstein y su esposa y guionista Paz Alicia Garciadiego, quienes me telefonearon para vernos, les propuse que fuéramos al célebre restaurante Casa Leopoldo. Cenamos y bebimos cuanto se nos antojó. Cuando llegó la cuenta vi que el importe total de la misma era exactamente lo que había percibido como adelanto por la novela. Recordé aquella vez en que a Clarice Lispector su editor le había pagado tan poco, en efectivo, como adelanto por uno de sus libros que Clarice, despechada, al salir de la editorial, se lo dio todo a un indigente que pedía limosna en las inmediaciones. En Casa Leopoldo no había indigentes ni nadie que pidiera, pero pagué la cena y me gané una anécdota que, en mi opinión, no tiene precio.
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