«Por mis muertos», de Flavia Company
Publicado por Tes Nehuén
La verdad y la historia
La realidad es la ficción que cada uno elige. Por eso la historia no puede ser tomada al pie de la letra, ni tampoco la literatura. O quizás, precisamente por eso habría que darles mayor importancia; porque sin la revisión y la escritura de los recuerdos no tendríamos forma de contabilizar lo vivido, lo soñado, lo amado. La ficción nos invade y hace que la realidad fluctúe según quién la cuente.Hace unos días mientras miraba “La dama de hierro” la premisa de Flavia cayó como una catarata para mí. Recordé la realidad de antaño, la ficción que me habían contado en la que esa mujer, Margaret Thatcher, era una malvada y ambiciosa mujer que había hecho hundir un barco lleno de jóvenes soldados que nada podían hacer contra el caudal armamentístico de la Gran Bretaña. Me sorprendió encontrarme con la ficción que se había contado del otro lado: aquel barco, el General Belgrano, había sido tomado como una amenaza potencial y esa había sido la razón que lo condenara al hundimiento. ¿Cuál es la verdad sobre el Belgrano, la que me contaron a mí o la que se leyó en Inglaterra? No había matices en mi historia, tampoco parecía haberlas en la otra ficción, ¿podemos entonces decir que ambas fueron reales y que nadie mintió, o quizás, que todos lo hicieron? Durante años esa dama de hierro había sido un personaje oscurísimo y temible y esa había sido mi realidad, eso es lo único que sé.
La realidad es la ficción que cada uno elige, dice Flavia, por eso hay que elegir muy bien las mentiras que uno se cuenta. De esta forma Company se enfrenta a la escritura planteando algunas de las preguntas filosóficas más importantes de todos los tiempos: ¿qué es lo real? ¿qué es lo cierto? ¿existe una única verdad? Y lo hace desde una escritura sencilla (que de ninguna manera significa fácil ni superflua); a través de narraciones que surgen de ese punto de inflexión que habita entre ficción y realidad, que es la memoria: escribir es recordar lo que hemos vivido y contarlo. Y todo lo que narramos es ficción porque se encuentra condicionado por nuestra memoria (que almacena las experiencias de una forma única e irrepetible). O como dice Flavia:
Lo que nos cuenta Flavia (que escribe siendo Andrea y que es Andrea en la ficción) en este maravilloso libro es que la realidad no tiene un valor intrínseco, y que su esencia es susceptible de cambiar según pasan los años y las personas que la recuerden.
Lo que el libro NO es
Una lectura superficial de este libro nos llevaría a encadenarlo a una teoría prolésbica, y seguro que no sería tan errado teniendo en cuenta la fuerza identitaria de algunos relatos; sin embargo, me atrevería a decir que no es un libro de posturas ideológicas.Hace unos días, a raíz de la lectura de Chatterton de Elena Medel, reflexionaba sobre la hermética forma en que la literatura asume las voces femeninas como cosa de mujeres y no como eco de la experiencia universal; lo mismo ocurre con los narradores que presentan personajes homosexuales. ¿Tan difícil nos resulta identificarnos con ellos que necesitamos establecer la distancia de “literatura homosexual”? ¡Por mis muertos que no dejaré de manifestarme en contra de esta limitación que le imponemos al arte!
Digo que este libro no se limita a proponerse como un manifiesto ideológico porque intuyo que apunta a romper con estas etiquetas y llegarnos como la voz de la experiencia universal. Si bien la mayoría de sus personajes son homosexuales solamente uno o dos relatos giran en torno a la problemática de “ser homosexual en un mundo de heteros”; el resto trabaja con la sensación de extranjería, de soledad y del sentido de la vida para hombres y mujeres cualquiera sea su orientación sexual.
En cierto modo creo que es fruto de la casualidad que Andrea comparta con Flavia su gusto por las mujeres. Después de todo, desde alguna perspectiva tenía que escribir para que los lectores pudiéramos contar con un marco que nos permitiera asirnos a la historia, ¿no?
Dicho todo esto, les aconsejo que lo lean sin posicionarse ideológicamente y sin ver este libro como un manifiesto de principios. Intenten entrar libres de los límites impuestos por el razonamiento porque en este libro encontrarán un contenido valiosísimo: un espacio en el que hay entretenimiento, reflexiones en torno a los límites impuestos por nuestro entorno, razonamientos en torno a la libertad y a la repercusión de nuestras decisiones, mucho drama, mucha ironía y, sobre todo, mucha luz.
La soledad en la ficción
La soledad va atravesando las historias que nos encontramos en este libro. De hecho, creo que ella podría ser el hilo conductor de estos relatos; la mayoría de ellos reflexiona sobre la extrañeza y la extranjería planteada desde diferentes puntos de vista. El vacío que anida en nuestra vida después de una ruptura amorosa, que es similar al que nos abraza cuando crecemos y descubrimos que la vida no es más que ficción. La misma soledad que nos encuentra con nuestros traumas, similar a la que vive una joven que se cría en una familia de inmigrantes. La soledad de los solteros en un mundo que nos prepara para estar casados, que nos predispone y que nos deshecha si no servimos para este propósito.
Y esa soledad va encarnando las diversas ficciones que los protagonistas asumen como ciertas, como reales, y que parecen no cuestionarlas. Pero no existen las personas que no cuestionen; todos lo hacemos, sólo que a veces no nos damos cuenta, o no le damos importancia: los sueños, el resurgimiento de los traumas, las expectativas en las personas que nos rodean, son prueba evidente de que no estamos del todo seguros de haber escogido nuestra mejor ficción. La escritora que canaliza sus temores de extranjería en un destornillador que pudo ser utilizado en un crimen, el joven marinero que asume que por no tener hijos es el que debe encargarse de salvar el barco arriesgando por ello su vida, la hija que lee el diario de su madre decenas de años más tarde y se sabe en camino, incluso el caracol detenido sobre el azulejo de una cocina extranjera, que se vuelve en el punto de fuga para esa abuela (a través de ese animalito que no se mueve pero que si se agarra tiene que estar vivo, la abuela se ve a sí misma viviendo en una tierra que no le es propia, sosteniéndose y sabiéndose así viva), son claras evidencias de nuestra rebeldía.
El instante entre los dedos
La vida es una acumulación de instantes irreales. Sólo es real lo que habitamos, el momento que sentimos, que vivimos, que podemos cobijar entre los dedos y que desaparece inmediatamente. Bajo esta premisa giran todos los relatos de este libro y todos nos llevan de alguna forma al mismo punto, desembocan en el mismo mar: nuestras decisiones condicionan totalmente nuestro destino, somos los únicos artífices de nuestra vida. Podemos escoger entre múltiples realidades, incluso podemos aferrarnos a una que todavía no se haya estrenado; y para este camino sólo necesitamos dos cosas: nuestra existencia y la memoria; para experimentar y recordar aquello que vivimos y contárnoslo, como nos lo cuenta Flavia, con esa maestría y esa lucidez que roza la ternura. A través de una escritura sencilla y cruda que se enlaza con la de Lispector, Company nos habla de esos instantes cotidianos que dejamos escapar y que son todo lo que tenemos.Lo que más rescato a nivel narrativo es la forma en la que Flavia trabaja la tensión y la intensidad del libro. La forma en la que se han encadenado las historias. Partimos de unos relatos fáciles de leer, historias sencillas y con mucho humor; y, una vez que estamos enganchados en ese ritmo, el libro da un giro para plantearnos situaciones más dramáticas, de inquietudes existenciales y desencuentros familiares. Y, aunque lo dramático siempre es comedia, dice Flavia, la tensión va generando un viaje desde el libro hacia nuestra propia vida: creo que todos podemos encontrar en cada uno de estos protagonistas algo de nosotros, algo de nuestra vida y de la ficción que nos contamos.
Flavia explora de una forma alucinante ese espacio que la soledad entreteje entre nosotros y el mundo, esa hendija que se ensancha o afina de acuerdo a las experiencias y que, puede llevarnos a un conocimiento más profundo de nosotros mismos, o a la convivencia con el ruido como cosa natural sin comprender las razones de nuestra vida.
Escritura híbrida
Existen dos tipos de escritura bien definidas: la que se construye en tierra firme, que se ha ido nutriendo de una historia antiquísima y sólida, y la que se escribe entre orillas, la de los escritores híbridos. Esta segunda tiene la cualidad de surgir de la experiencia del desgarro y parece construirse desde el océano: es la escritura de las dudas, (la otra podríamos llamarla, de las certezas) aunque a la larga termina siendo la más directa y la más sólida de ambas.
Uno de los elementos más interesantes que podemos encontrar en esta escritura es la sensación de extranjería como posibilidad narrativa: ese vacío que se vive, desde el instante del despegue de la tierra patria hasta la llegada a suelo firme, que resulta que nunca es tan firme se convierte en el punto de partida para la escritura.
Por citar algunos ejemplos de escritura híbrida: Herta Müller, Roberto Bolaño, Alejandra Pizarnik, Andrés Neuman, incluso la propia Clarice Lispector, nos ofrecen mundos maravillosos nacidos en altamar. En el caso de Flavia Company esto adquiere una magnitud superior ya que es una persona apasionada por la navegación y el mar. Esas curiosidades de la vida y de la literatura.
Pienso en la Thatcher, tan sola en su vejez, y pienso que en mi ficción ella nunca estaría sola. Pienso en Andrea oyendo al mar invadiendo el silencio de un piso alejado de la costa y pienso en mi propia ficción: quizás es hora de revisar lo que me estoy contando. Siempre es conveniente hacer este ejercicio para evitar enfrentarnos a una realidad que no sea la que realmente deseábamos para nosotros. Por citar a Flavia, es bueno elegir bien las mentiras que uno se cuenta y saber que la vida es un instante variable e irrepetible que nos permite escribir o recordar.
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