Mi propuesta feliz para estas fechas es que todos aquellos que saben leer, lean un libro. Y que después lo compartan con quienes, a su vez, hayan leído otro libro que compartir. Qué maravillosa cadena de historias. Qué cantidad de temas insulsos podríamos ahorrarnos.
Se indigestan los alcoholes, las carnes, los dulces. Se indigestan las discusiones, las ausencias, los excesos. Se indigestan las obligaciones, los enfrentamientos, las deudas. Se indigestan los créditos, los brazos que se estiran más que las mangas, las llamadas telefónicas. Se indigestan las comidas de empresa, los lotes rancios, los favores.
Pero lo que jamás se nos va a indigestar es la lectura de un libro. Las palabras, las páginas, las ideas, las historias. La imaginación, el saber, la reflexión. El silencio, la concentración, el aprendizaje.
Leer es un regalo. Contar lo leído es un regalo también.
Copio a continuación la entrada que publiqué en el blog en 2007, que podéis encontrar aquí: http://fcompany.blogspot.com.es/2007/12/qu-iluminamos.html
12 diciembre de 2007
Copio a continuación la entrada que publiqué en el blog en 2007, que podéis encontrar aquí: http://fcompany.blogspot.com.es/2007/12/qu-iluminamos.html
12 diciembre de 2007
Me entristecen, me indignan, se me indigestan las luces de Navidad
con su exceso, su consumismo ostentoso, su "me da lo mismo el resto del
mundo y el medio ambiente y mientras yo pueda pagármelo... ande yo
caliente y ríase la gente". (Y por cierto, que ya nadie nunca haga el
ridículo apagando cinco minutos las luces de su casa y todo aparato
eléctrico doméstico para ahorrar la energía del mundo. JUAJUAJUA).
Apaguemos
las luces que adornan las calles. Apaguemos esa flagrante denuncia de
nosotros mismos, de nuestra falta de empatía, de sensibilidad, de
juicio.
************
Me da vergüenza el
ejército de compradores compulsivos que en estas fechas caminan como
hormigas desorientadas bajo esos focos absurdos que, precisamente,
iluminan tan sólo lo que queremos ver, lo que necesitamos ver mientras
entramos tienda tras tienda a comprar objetos superfluos, innecesarios,
ridículos. Mientras "vamos de compras", expresión tan distinta de "ir a
comprar", como bien señaló Adela Cortina en su ensayo "Por una ética del
consumo", sobre el que escribí el año pasado en el Periódico,
justamente después de las fiestas navideñas -me gustaría que empezaran a
llamarse ya de una vez por todas "fiestas de invierno"-, un artículo
que os copio aquí y que volvería a firmar palabra por palabra:
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DIME LO QUE CONSUMES Y TE DIRÉ QUIÉN ERES
Publicado en El Periódico de Cataluña. Enero de 2006 (creo; aprox).
Publicado en El Periódico de Cataluña. Enero de 2006 (creo; aprox).
*********
Para
muestra, un botón: “El coste para proporcionar salud básica y nutrición
a todos los habitantes del mundo que no pueden acceder a ellas en la
actualidad es de trece mil millones de dólares anuales, mientras que el
gasto anual en comida para animales domésticos en Estados Unidos es de
diecisiete mil millones de dólares”, constata la obra de Adela Cortina
citada más abajo.
Superada la resaca de los excesos de las compras navideñas, inmersos todavía en la vorágine de las rebajas y enfrentados al fin a la famosa cuesta de enero, tal vez sería éste un buen momento para reflexionar sobre ciertos hábitos de consumo y cuestionarlos, ya que estamos a principios de año y, como anuncia esperanzado el dicho, “año nuevo, vida nueva”.
¿Por qué consumimos tanto? ¿Por qué el mundo rico se empeña en ir de compras como si se tratara de una actividad lúdica y no en ir a comprar cuando así sea menester a causa de necesidades concretas –hambre, frío, enfermedad, entre otras- que deben solventarse? ¿Acaso resulta gratificante la adquisición de objetos que el mercado ofrece aun cuando éstos no nos hagan falta? ¿Nos hace felices comprar? ¿Somos libres cuando lo hacemos? ¿Elegimos o nos manipulan? ¿Puede nuestra conciencia estar tranquila cuando conoce el hecho de que mientras medio mundo consume más de lo que necesita el otro medio necesita mucho más de lo que consume?
En “Por una ética del consumo”, magnífico ensayo de Cortina publicado recientemente por Taurus, se ofrecen numerosas respuestas a estos temas. Leemos que una de las grandes responsables de nuestra conducta consumista es la necesidad de una identidad, individual y social, que el mercado ha sabido aprovechar.
Podríamos entonces formular el antiguo refrán “Dime con quién andas y te diré quién eres” de la siguiente manera: “Dime qué consumes y te diré quién eres”. La pertenencia a un grupo social exige, es verdad, la posesión de ciertos objetos o ventajas que, al mismo tiempo, implican conductas o hábitos. Se consume para parecerse a alguien, para superar a alguien, para demostrar el éxito, para pertenecer a una comunidad. Para ser alguien, en suma. ¿Tanto tienes tanto vales?
Consumir es inevitable, naturalmente. Es necesario para sobrevivir: precisamos alimentos, ropas, abrigo, lugar donde vivir, medio de transporte, etc. El meollo de la cuestión es precisamente lo que de veras necesitamos. ¿Dónde está el límite? ¿A qué correspondería un consumo ético, un consumo moralmente aceptable? ¿Qué es lo auténticamente necesario? No puede limitarse a lo estrictamente físico, claro está. Los seres humanos somos seres sociales que establecemos relaciones con los demás mediante el intercambio, el reconocimiento, la diversión, la cultura, la comunicación.
No son pocas las personas que han advertido de la necesidad de frenar el consumo descontrolado para preservar el planeta de la destrucción total y absoluta. El desarrollo sostenible –lo que la Tierra puede aguantar- pasa por cambiar nuestro estilo de vida y adoptar costumbres que respeten el medio ambiente, su equilibrio y la distribución justa de sus riquezas entre todos aquellos que la habitan y a quienes sin duda pertenecen por igual, incluidas las formas de vida no humanas. Tal vez deberíamos plantearnos que, para poder seguir viviendo bien, habría que vivir ya de un modo distinto, tendríamos que cuestionar nuestras necesidades y basar quizás parte de nuestra identidad, de nuestro éxito, en bienes que no se pueden comprar.
Lo que está claro es que hay que replantearse el asunto. No podemos seguir al ritmo al que vamos, que necesariamente provoca desigualdades insostenibles. Año nuevo, vida nueva: Que nos guíen la prudencia, la justicia y la sensatez.
*************Superada la resaca de los excesos de las compras navideñas, inmersos todavía en la vorágine de las rebajas y enfrentados al fin a la famosa cuesta de enero, tal vez sería éste un buen momento para reflexionar sobre ciertos hábitos de consumo y cuestionarlos, ya que estamos a principios de año y, como anuncia esperanzado el dicho, “año nuevo, vida nueva”.
¿Por qué consumimos tanto? ¿Por qué el mundo rico se empeña en ir de compras como si se tratara de una actividad lúdica y no en ir a comprar cuando así sea menester a causa de necesidades concretas –hambre, frío, enfermedad, entre otras- que deben solventarse? ¿Acaso resulta gratificante la adquisición de objetos que el mercado ofrece aun cuando éstos no nos hagan falta? ¿Nos hace felices comprar? ¿Somos libres cuando lo hacemos? ¿Elegimos o nos manipulan? ¿Puede nuestra conciencia estar tranquila cuando conoce el hecho de que mientras medio mundo consume más de lo que necesita el otro medio necesita mucho más de lo que consume?
En “Por una ética del consumo”, magnífico ensayo de Cortina publicado recientemente por Taurus, se ofrecen numerosas respuestas a estos temas. Leemos que una de las grandes responsables de nuestra conducta consumista es la necesidad de una identidad, individual y social, que el mercado ha sabido aprovechar.
Podríamos entonces formular el antiguo refrán “Dime con quién andas y te diré quién eres” de la siguiente manera: “Dime qué consumes y te diré quién eres”. La pertenencia a un grupo social exige, es verdad, la posesión de ciertos objetos o ventajas que, al mismo tiempo, implican conductas o hábitos. Se consume para parecerse a alguien, para superar a alguien, para demostrar el éxito, para pertenecer a una comunidad. Para ser alguien, en suma. ¿Tanto tienes tanto vales?
Consumir es inevitable, naturalmente. Es necesario para sobrevivir: precisamos alimentos, ropas, abrigo, lugar donde vivir, medio de transporte, etc. El meollo de la cuestión es precisamente lo que de veras necesitamos. ¿Dónde está el límite? ¿A qué correspondería un consumo ético, un consumo moralmente aceptable? ¿Qué es lo auténticamente necesario? No puede limitarse a lo estrictamente físico, claro está. Los seres humanos somos seres sociales que establecemos relaciones con los demás mediante el intercambio, el reconocimiento, la diversión, la cultura, la comunicación.
No son pocas las personas que han advertido de la necesidad de frenar el consumo descontrolado para preservar el planeta de la destrucción total y absoluta. El desarrollo sostenible –lo que la Tierra puede aguantar- pasa por cambiar nuestro estilo de vida y adoptar costumbres que respeten el medio ambiente, su equilibrio y la distribución justa de sus riquezas entre todos aquellos que la habitan y a quienes sin duda pertenecen por igual, incluidas las formas de vida no humanas. Tal vez deberíamos plantearnos que, para poder seguir viviendo bien, habría que vivir ya de un modo distinto, tendríamos que cuestionar nuestras necesidades y basar quizás parte de nuestra identidad, de nuestro éxito, en bienes que no se pueden comprar.
Lo que está claro es que hay que replantearse el asunto. No podemos seguir al ritmo al que vamos, que necesariamente provoca desigualdades insostenibles. Año nuevo, vida nueva: Que nos guíen la prudencia, la justicia y la sensatez.
12 comentarios:
Menuda entrada!!!
Me gusta mucho que compartas, de una manera taan clara que exceso y poca conciencia es casi, casi lo mismo.
Estas fiestas de invierno no hacen más que decirnos en voz alta aquello que no funciona.
Son tiempos de crisis y seguimos celebrando, qué cosa?
francis black ( me he de poner en azul)
Yo tengo previsto leer El ritmo perdido de Santiago Auseron,alguno más caera hay bastantes dias de Navidad.
Blanca:
Tal cual, tal cual. Esa es mi sensación y mi convicción. Me alegra que la compartas. Me alegra tu comentario. Gracias.
Francis:
Tengo encima de la mesilla a Tennesee Williams y a Jung. Por lo menos esos dos caen. Esperamos comentarios sobre tu lectura de Auseron, pues. :-)
Francis Black
Jung ? te interesa ?
http://www.youtube.com/watch?v=OsMgeVZ1Qbg
Francis:
Gracias por el link. Lo veremos este finde. Pinta muy bien. Abrazos.
Francis Black
He terminado El ritmo perdido de Santiago Auserón, son 450 páginas.
El tema principal es la presencia de la negritud en España, su influencia en la música. Hace un repaso a obras de Cervantes, Quevedo, Lope de Vega, Gongora donde hay presencia de negros, también la llegada de los gitanos y su importancia musical. Tiene una parte técnica con pentágramas y tal, una parte inicial de biografía del autor y una parte histórica donde se toca la presencia de árabes y judíos. Es muy completo pero para gente que le interese el tema.
Ahora ha sacado un nuevo disco y Dvd que va con un texto de 60 páginas sobre el tema, creo que si eso interesa luego la gente se puede meter con el ensayo.
Francis:
Parece interesante. Específico, pero interesante.
Yo abandoné los cuentos de Williams. Mejor su teatro, sin duda. Ahora estoy decidiendo con qué empezar el año. A Jung lo he dejado en casa, porque el volumen es grueso y pesado como para llevarlo de viaje, sobre todo teniendo en cuenta que nos hemos ido a una casa llena de libros.
Feliz año de felices lecturas.
francis black
Tu de viaje? no puedo creerlo. Yo el de Auserón lo deje un año, a mi los libros se me van colocando.
El llibre l'illa de la ultima veritat esta molt interessant. Aquest es el comentari del meu fill. Has aconsseguit que passi de las 10 primeres pagines. Gracies
Francis Black
y un par de diálogos de Platón: Fedro y Gorgias
Yo he cumplido.
Isabel:
Doncs moltes gràcies. Em fa molta il·lusió que el joves llegeixin!!!
Francis:
Más que cumplido. Yo tengo que recomendar uno de Zweig: "Los ojos del hermano eterno". Fantástico. Aunque discutible final :-)
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