El próximo 15 de abril hará cien años que se hundió el Titanic bajo el mando del capitán Smith -un apellido que, de tan común, lo relega casi y por fortuna al anonimato.
Incluyo a continuación un artículo de Fernando Baeta sobre los dos interesantísimos textos que Joseph Conrad, contemporáneo de la tragedia, dedicó al caso y que ahora podemos leer en castellano gracias a la editorial Gadir y la traducción de Carlos García Simón.
Joseph Conrad, marino antes que escritor, escribió dos lúcidos y contundentes alegatos: el primero contra la prepotencia de los armadores, el beneplácito de la sociedad de la época y el entreguismo de los medios de comunicación, y el segundo contra los investigadores del suceso que no quisieron llegar "a la cruda verdad desprovista de la romántica vestimenta con que la prensa ha envuelto este desastre del todo innecesario".
Bajo el título 'El Titanic', Gadir Editorial acaba de publicar estos dos textos que sirven para dibujarnos, cuando se acerca el centenario de la tragedia, la otra cara de un mito que se convirtió en símbolo de una época pero que acabó revolviéndose contra quienes lo encumbraron a tal categoría.
Conrad critica en ambos escritos, de una indudable textura literaria, ética y moral, la excesiva confianza que el ser humano tiene en sus obras, el insultante clasismo de aquellos años, el todo vale en pos del beneficio rápido y la ignorancia de las autoridades que lo permitieron; pero tampoco se olvida de la "buena prensa" que tales actitudes, disfrazadas muchas de ellas de un falso desarrollismo, despertaban en la sociedad de principios de siglo, ni de la cobardía de la "Admirable Investigación" (sic) llevada a cabo posteriormente y que se puso del lado de aquellos que en su opinión habían propiciado la tragedia.
El creador de Lord Jim escribió que "si alguna vez una catástrofe marina ha encajado, cual si se tratara de un conocimiento de embarque, en la definición de voluntad de Dios, ha sido ésta".
Como en numerosas ocasiones a lo largo de su vida y de su obra, Conrad también vio en el trayecto primero y último del Titanic otro viaje más al fin de la noche. Y si lo comparamos con el realizado por el propio autor en 1890 al Congo, y que sirvió de base a su libro más importante, podemos asegurar que percibió el espectáculo del Titanic como una "realidad de pesadilla" equivalente a la africana.
Los protagonistas podrían ser los mismos: por una parte la aptitud rapiñadora de los países occidentales con el África negra sería comparable a la que representaba la White Star Line, propietaria del barco, en su deseo de hacerse con el mercado a cualquier precio y por cualquier medio sin importarle las consecuencias; por otro, el mundo de la esclavitud extrema que percibió Conrad en su propio viaje y que tan bien reflejó en 'El corazón de las tinieblas' podría equivaler a esa tercera clase del gran barco que nada pudo hacer para salir de su ratonera cuando el navío impactó con el iceberg. El escritor se reservó el papel de Marlow como observador nada imparcial.
Con un lenguaje que nos recuerda lo mejor del gran escritor, ironiza sobre esa suerte de Ritz de los mares "proclamado insumergible y enviado a la mar con una población elegida al azar, sin botes suficientes, sin marineros suficientes, pero con un café parisino y cuatrocientos pobres diablos de camareros".
Dejando a un lado las cuestiones técnicas que recorren ambos textos, el autor se pone del lado de la víctimas "que hasta el último momento depositaron su confianza en el simple tamaño, en las insensatas afirmaciones de publicistas y técnicos, y en las irresponsables columnas de periódicos que ensalzaban a bombo y platillo esos buques".
Una falsa seguridad
Y es que todos, insiste el escritor, viajaban con una sensación de falsa seguridad: "El hecho, probado, de que parte de aquella gente fuera reacia a subir a los botes cuando se le pidió que lo hiciera muestra la fuerza de la mentira".
Conrad escribe que la falsa seguridad estaba marcada fundamentalmente por el tamaño del Titanic –"me resultaría mucho más sencillo creer que existe un buque insumergible de 3.000 toneladas que uno de 40.000"– y señala que la talla del buque fue un elemento de fragilidad: "El estrépito de la prensa ha estado a la altura de su tonelaje, los preliminares himnos triunfales rodearon su ya desaparecido casco de descabelladas proclamas y elaboradas descripciones de su ornamento y esplendor".
Y recuerda a las 1.517 vidas que se quedaron en el Atlántico, vidas "miserablemente desperdiciadas por nada o por algo peor que nada: por una errónea búsqueda del éxito, para satisfacer la vulgar demanda de unos pocos adinerados de un banal hotel de lujo –única cosa de la que entienden– y porque un gran buque siempre resulta rentable de un modo u otro: en metálico o por su valor publicitario".
No dejó títere con cabeza y disparó en todas las direcciones al afirmar que la Cámara de Comercio "está compuesta de departamentos por los que no circula la sangre" y que los responsables del invento son "monjes de oráculo fallido que todavía perseveran en el oráculo". O esta otra perla: "Morir por culpa de un negocio es algo difícil de asimilar". O ésta en la que acusa a los padres de la idea de ser "servidores del mercantilismo" y no del progreso, y de estar motivados por consideraciones relativas "al beneficio que se lograba mediante el cuestionable medio de complacer la absurda y vulgar demanda de lujo banal: el hotel marítimo de lujo".
Critica también ferozmente a los investigadores que se escondieron "debajo de las pelucas ceremoniales" y a todos aquellos que no se dieron cuenta de que el Titanic no era una masa de materiales maravillosamente amueblados y tapizados, con su gimnasio, con su piscina, sino de un buque que parecía estar comandado "por una especie de sindicado de hostelería compuesto por el jefe de máquinas, el sobrecargo y el capitán".
La falta de botes para todos los que navegaban en el buque es otro de los temas que Conrad no dejó escapar: "No vendan tantos pasajes, mis virtuosos dignatarios". "Limitar el número de gente a los botes que se puedan manejar. Eso es lo honesto". "Tiene que haber botes suficientes para pasajeros y tripulación, ya sea aumentando el número de estos o restringiendo el de pasajeros". "La gente, incluso de tercera clase (disculpe que hable tan claro) no es ganado".
El escritor se desahoga cuando habla de la prepotencia de todos aquellos que idearon este monstruo: "Estoy atacando a la insensata arrogancia, ese es el blanco de mis críticas; la ofensiva postura de superioridad bajo la que ellos esconden el sentimiento de culpa mientras resuenan en nuestros oídos los ecos del miserable grito hipócrita que se escuchaba en el buque: ¿Alguna mujer más? ¿Alguna mujer más?".
Concluye Joseph Conrad afirmando que "la muerte tiene aguijón" y que ahogarse en contra de toda voluntad en un gran tanque inerme y agujereado para el que compramos un pasaje carece de toda grandeza y "no es más heroico que morir a causa de un cólico por el salmón en mal estado de la lata que le compramos a nuestro tendero".
Muy recomendable también la lectura del poema narraitvo "El hundimiento del Titanic", de Hans Magnus Enzensberger.
12 comentarios:
La exposición está en el Marítim.
Lo que se hunde siempre está rodeado de misterio...
Botavara:
El Titanic se ha convertido en una leyenda. ¿Has visto la expo?
Todavía no la he visto, Flavia. Sé que está teniendo mucho éxito, lo que no significa necesariamente que sea buena.
Cien años no han sido ni serán suficientes para olvidar la tragedia. Al leer el artículo me viene a la mente el Costa Concordia y, por lo visto, las experiencias de tiempos pasados no han servido para mejorar el presente. La vida es cíclica, no hay salida alguna, sólo nos queda resignarnos a tropezar una y otro vez con el mismo obstáculo.
Botavara:
Habrá que verla, :-)
Verba volant:
Tropezar: parte de la vida, ¿no? :-)
En el colegio de los Hermanos Maristas se hablaba del Titanic en la clase de religión, era la respuesta de un dios rencoroso que no aceptaba desafíos, ¡¿como carajos que no se hunde?!....¿habría chinches en sus instalaciones?
Enrique:
Qué fuerte lo de las escuelas religiosas y sus amenazas, sus culpas y sus castigos. Puaj puaj. O sea que el Titanic se hundió porque así lo decidió ese dios en el que creen los Maristas, entre otros. Tendrán que venir las chinches a ponerlos en su sitio. :-)
Pues gracias por compartirlo con nosotros, FLAVIA. Me ha gustado el artículo y apunto el libro. Un beso.
Me gustó mucho la presentación, felicidades.
Jordicina:
Ya verás qué bien está el libro. Abrazos.
Francis:
Muchísimas gracias. Un beso.
"(disculpe que hable tan claro)"
Enhorabuena: una gran entrada. No he leído el libro, pero me lo apunto. "El Espejo del Mar" - también de Conrad" me dejó marcado para siempre.
Saludos
Xibeliuss Jar:
El espejo del mar es un gran libro, sin duda. También a mí me dejómarca indeleble. :-)
Gracias por tu comentario. Saludos.
Publicar un comentario