Adelante con la publicación de los microrrelatos de mis alumnos de l'Escola d'Escriptura de l'Ateneu. Me ha llegado más de un mail comentando que os gusta la iniciativa. Gracias.
Estado del bienestar
El lobo, que era malvado pero no tonto, admitió su fracaso con relación al caso de los tres cerditos. Malparado y encima impopular, juró, por el prestigio de la especie, que las cosas no quedarían así.
Por su parte los cerditos, al fin seguros, continuaron construyendo y disfrutando de sus resistentes casas de ladrillo a prueba de lobo.
Éste, viendo claro que en el futuro tendría las de perder, se aplicó el cuento y cambió de estrategia. Así que abandonó los agotadores métodos tradicionales basados en la fuerza bruta y apostó por el estudio; fue a la universidad y se hizo banquero. Llegó el boom del ladrillo y concedió tantas hipotecas como pudo, sobre todo a los cerditos confiados.
Más tarde, con la crisis económica a la vista, el lobo se sentó en su sillón, se frotó las manos y se limitó a esperar que los cerditos no pudieran pagar sus hipotecas.
Joan Serra i Malla
“Gingrich, la última bala conservadora”
El País, domingo 22 de enero de 2012.
Predicar en el desierto
Un conocido predicador convocó a los candidatos republicanos que competían para disputar a Barack Obama la presidencia de los Estados Unidos. Lo hizo en una pequeña población del desierto, allá, por el oeste americano. Todos acudieron. Como se sabe, cuando un predicador llama, un republicano corre. Uno a uno fueron entrando a la sala de reuniones. Como corresponde a una buena puesta en escena, los primeros en llegar fueron los que ya tiraron la toalla, Michele Bacchmann i Rick Perry, forzando sonrisas, como si todavía compitiesen. Les seguió quien ya tenía la toalla a punto de caérsele, Rick Santorum, y, luego, Ran Paul, uno de estos participantes que sólo se sabe de ellos por los recuentos. Los penúltimos fueron quienes todavía seguían en liza con posibilidades, Newt Gingrich y Mitt Rommey. Lo primero que hizo Newt Gingrich cuando entró fue apretar hasta el dolor cuantas manos se le pusieron delante. Rick Rommey, más comedido, personalizó una media sonrisa para cada uno de los presentes. El último en llegar fue John Wayne. Parecía asustado y erguía la cabeza como si temiera lo peor. Además, Newt Gingrich iba adquiriendo forma de bala. John Wayne, poco a poco, sin perder de vista a los reunidos, dio marcha atrás y abandonó la sala. Sin duda, mejor con los otros pistoleros.
Ramon P.
Perdre de vista
No tenia ulls però cada dia, sense fallar-ne ni un, acudia a l’aviari a atendre les seves aus. En tenia de totes les grandàries, des de colibrís a paons, i de totes les habilitats cantores, des d’una cadernera a una cacatua, i agressius com els falcons i delicats com una colometa, i de totes les procedències i de tots els colors. Abans, quan tenia ulls, el que més la delia eren els colors dels plomatges. Ara, sense ulls, les imatges dels colors anaven perdent realitat i cada vegada la delectaven més els ocells quan cantaven. Segurament per això odiava tant a lloros i corbs, una tortura quan s’expressen. Als corbs, però, els odiava encara més. Maleïda la hora en que va decidir criar-ne! Li van dir que els corbs, a Anglaterra, es tutejaven amb els reis, que eren animals de conte i de faula, que també puntejaven de negre els nostres camps. Els va criar amb el mateix amor amb que havia criat pinsans i verdums i no va deixar de tenir cura d’ells, ni un sol dia, durant tota la criança. Quan els corbs van ser grans i robustos, ella els seguia acaronant com a unes beneïdes criatures, satisfeta de la seva obra. Llavors, ella, encara tenia ulls.
Ramon P.
Norma normal
La Norma era una persona normal. Només calia observar-la per adonar-se’n. Bevia beguda i menjava menjar. Si rossegava el menjar, per esmicolar-lo, el rossegava amb les dents i, si es llepava els dits, se’ls llepava amb la llengua. El que menjava o bevia no estava a la vista i no es podia veure, però sabem que ho engolia per la gola, tot seguint una norma ben normal. A la tarda, després del migdia, baixava a baix i sortia fora. L’aire del carrer l’airejava i li descabellava uns cabells que mai no trenava amb cap trena. Li plaïa la sensació natural de la naturalesa al cap. Tampoc les seves passes, quan passejava, eren més que passes, unes passes fetes per uns peus segurament tan poc sorprenents com una mirada amb els ulls o unes bones tardes dites amb paraules.
El dia en que la Norma es va entrebancar amb una branca i va aterrar a terra, feia fred. Primer havia començat a ploure, una pluja fina. Després, més tard, ja va nevar neu. Un peató, que anava a peu pel mateix carrer, es va aturar a ajudar-la. Semblava que la Norma anés coixa. Delicadament la va deslliurar de les sabates. La Norma somreia. Amb més delicadesa encara la va deslliurar dels mitjons. La Norma seguia somrient. Dins de cada mitjó, un ram de violetes violetes.
Ramon P.
SOLO
Tan absorto estaba en mis pensamientos que no vi acercarse a Frank, quien me sorprendió preguntándome con el esmero en él habitual:
FRANK. ¿Qué va a tomar hoy, don Juan?
YO. (Titubeando, mientras descendía mi mente de las cumbres) La verdad es que no lo sé.
FRANK. (Sugiriendo solícito) ¿Le pongo un te con limón? ¿Un café con leche?
YO. (Con prontitud) No. Ponme un gran vaso de leche bien caliente. Me servirá de cena.
FRANK. (Atento y cumplido, como siempre) Le voy a servir un vaso de leche tan pura, tan pura como la mujer de sus sueños.
Me tomé un café solo, bien cargado, y me marché, no sin despedirme de Frank.
Ricardo Rabella.
ENTENDIMIENTO
Sólo podía vivir estando enamorado. Se lo dijo a su mujer, pero ella no le entendió. No entendía cmo ella no le entendía, hasta que un día se enamoró de una jovencita que le entendía y alcanzó una divertida esquizofrenia al entender todas las catástrofes que se le avecinaban y el deseo de no entenderlas
Los sermones
Cuando padre hablaba, todas nos callábamos. Lo queríamos y respetábamos mucho, sabíamos que sus consejos eran su forma de protegernos. Pero sus discursos eran tan largos que era inevitable que, en alguna de sus vueltas, acabáramos todas perdidas.
Un día, mi hermana más pequeña propuso: - De cada cinco, cada una prestará atención a un minuto y, cuando padre pregunte algo, sólo deberá contestarle la responsable de ese minuto.
Desde entonces, de cada largo sermón que cuenta mi padre salen muchísimas historias pequeñitas. Pero no hay que fiarse, pues aunque son más divertidas, rara vez nos llevan a comportarnos como nuestro padre querría.
Carmela Serantes
EL LADRÓN
Era noche cerrada cuando, por los pasillos de la casa de mis amos, descubrí signos evidentes de que nadie en sus habitaciones había podido pegar ojo. Parecía como si el sueño se hubiera mudado de casa. Tan anormal era la situación que hasta yo mismo me sentía más espabilado que de costumbre.
Seguramente por este motivo, en mi vigilia, me fue muy fácil detectar un lejano y casi imperceptible clic que me llamó la atención por sonar a destiempo. Más por instinto que por valor crucé a oscuras todo el pasillo, y como pisando sobre almohadones, me dirigí hacia el lugar dónde creí que se había producido el ruido misterioso. Entreabrí como pude la puerta del salón y sólo lo justo para husmear y ver sin ser visto (por si acaso). Y funcionó mi instinto de perro viejo, pues allí mismo descubrí en la oscuridad a un desconocido, que sin advertir mi presencia, repetía unos gestos antes nunca vistos por mí. En silencio fruncí el entrecejo y opté por seguir observando un poco más. De esta manera, pude ver como el intruso del salón sostenía con una mano un saco abierto, mientras que con la otra hacía como si cogiera, por encima de su cabeza, puñados de aire que a su vez introducía en el saco. Por un momento llegué a pensar que cazaba moscas y que las guardaba. Sin dejarme llevar por falsas apariencias, llegué a la conclusión de que ante mi hocico, ni más ni menos, ¡había un ladrón!
No dudé, y tal como me enseñó mi adiestrador, me lancé sobre el visitante inoportuno. Con gran estrépito, en su fuga soltó el saco repleto con el botín, mientras en un santiamén, el salón se llenó de luz y de gente desvelada.
Mi amo tomó el control de la situación, abrió el saco del botín y en él aparecieron todas las horas de sueño que aquella noche nos habían quitado. Cada uno de los presentes recuperó las suyas y sin excepción se durmieron como si tal cosa.
Joan Serra i Malla
HEROI
Avui, a la Casa Rosada, Aníbal Torre, alies ‘Palermo’, veterà de la campanya de recuperació de les Islas Malvinas, després d’anys d’amnèsia històrica i institucional, rebrà un homenatge i també una medalla.
L’endemà, quan tot hagi passat, ‘Palermo’ tornarà a fer vida normal. Pisparà tantes carteres com calgui als turistes refiats que transitin pel carrer Florida. Volarà més d’una càmera digital al voltant del Café Tortoni. A mitja tarda, abans que apareguin els col·legues de Boca, cercarà negocis amagats entre les deixalles del mercat de San Telmo. A darrera hora, amb l’estómac trist i poc visitat, rematarà la feina demanant caritat pels parcs de Recoleta tot sentint molta enveja dels gossos de pèl lluent passejats per criats.
Ara a Villa 31, després d’una nit de juliol al ras, ‘Palermo’, glaçat sota un fanal i amb olor a gos mullat, desperta en un llit de cartons; cada dia, una mica més mort, no entén per a què va tornar a néixer al pont de la nau Alférez Sobral, quan el míssil anglès va matar tots els seus companys.
Joan Serra i Malla