Solicité a los alumnos que me cedieran algunos de sus textos para publicarlos en este blog... y su generosidad lo ha hecho posible. Aquí los tenéis.. Espero que os gusten tanto como a mí.
A todos ellos, muchas gracias.
Los publico por riguroso orden de llegada a mi buzón:
EL TRASLADO
Jaume Sauret
Cansado de sus vicios, de la poca duración de los empleos, de la baja remuneración que le ofrecían, optó por emplear algunas horas diarias en hacer el pedigüeño. Llegaba caminando por las calles del barrio gótico y se ubicaba al pie de la escalera, a la salida del metro. Observaba la reacción de la gente, como iban vestidos, como le trataban, como le miraban.
Pero en un día de sol y nubes de algodón, bajo un calor sofocante, achicharrado en el primer escalón, pensó en abandonar el calor y con un aire cansino bajó las escaleras para disfrutar de un poco de sombra. Ahí ya no alcanzaba el sol, dominaba la oscuridad, un lugar en el que ya no se vislumbraba nada, pero donde sorprendía un suave y lejano ruido semejante a un riachuelo. Sin detenerse, andando a tientas, caminó unos metros hacia adelante buscando el agua que corría, allá donde asomaba lejano el brillo del sol para recuperar la vista. Cuanto más cerca, mejor oía nuevos sonidos que su imaginación le permitía identificar. ¿Sería un parque? Alcanzó el final del túnel y al asomarse le sorprendió la presencia de una verdadera selva. Graznidos de pájaros se oían a centenares, como chillidos de monos o rugidos de leones. Las plantas eran espesas, con árboles inmensos y lianas lanzadas desde el cielo. Se creyó valiente y entró en un nuevo mundo espeso. No era fácil avanzar, si unas hojas enormes grandes como mantas se lo impedían, apenas las apartaba para tropezar con una nueva rama, un nuevo arbusto o saltar un tronco. No había plantas carnívoras ni fieras a la vista, le atraía el envolvente sonido tropical de aquel conjunto de naturaleza fresca que no le daba sensación de riesgo.
Seguía escuchando el río, paso que daba más cerca lo sentía, pero le llevó horas y esfuerzo alcanzarlo. Una vez frente a él, cansado y sediento, bordeó ligeramente la orilla para disfrutar de un remanso donde el juego del agua golpeando las piedras dominaba al sonido de la selva. Se salvó del calor al sumergirse y una vez refrescado se sintió feliz. Pero el cansancio no lo había abandonado, salió con calma, chopo por llevar la ropa puesta, buscó una roca cómoda donde apoyar la cabeza y se durmió.
Al despertarse, horas más tarde, se encontró de nuevo sentado en la escalera, apoyando la cabeza sobre los brazos y éstos sobre el suelo, mojado por la lluvia que todavía seguía cayendo.
PRINCIPIO DE INCERTIDUMBRE
Laura Gómez Melis
“Cuanta mayor certeza se busca en determinar la posición de una partícula menos se conoce su velocidad”. Heisenberg.
No sé si fue el azar o la conjunción de los astros lo que me llevó a atravesar las montañas del Hindu-Kush; pero sé que sus paisajes están grabados en mi retina con el ardiente sol de sus valles.
El milagro se llamaba Rudolf, un suizo rico y aventurero, que había pagado miles de afganis para hacer esta ruta. Paso prohibido desde hacia decenas de años y maldito después por la invasión de los soviéticos.
Herat es el punto de partida de una pista que no tiene ni rumbo, ni límites, ni distancias; ni siquiera tiene nombre. En los mapas esta marcado como “zona inexplorada”. Gran parte de ella transcurre sobre pedruscos, peñascos, rocas, lechos de rio y empinadas cuestas que no van a ningún sitio.
El jeep zozobra como un velero inmerso entre las grandes olas de las cúspides, totalmente escorado a babor; mis pies no llegan a los pedales y tengo que conducir erguida. La sombra de la baca, llena de bidones de gas-oíl, se refleja sobre la ladera. Bashir, el guía, se cuelga para hacer contrapeso y con sus gritos me da ánimos. El corazón me va a más revoluciones que las del coche y se me nubla la vista. A una velocidad más lenta que la de los alacranes, alcanzo la cima. Bashir, siempre tan animoso, me dice:
—Los últimos que pasaron por aquí no lo contaron. Quise matarlo en aquel momento, pero por fortuna no lo hice; poco imaginaba que todavía quedaban muchos puertos igual que éste, con el mismo miedo y la misma incertidumbre de saber cuánto resistiría.
Al alcanzar una cumbre, aparece la visión de un gran rio rodeado de verde, y mis ojos agradecen descansar de tanto cielo y tanta piedra. Pero el engaño es efímero, pues si alzo un poco la mirada reaparece otra vez el desierto de colinas, guijarros, polvo y calor. Es éste engaño el que me embruja para seguir sin rumbo por las inexploradas tierras del Hindu-Kush.
Muy de tarde en tarde, llego a unas chozas de adobe mimetizadas con el entorno, y los gritos de los niños, con prendas multicolores, dan fe de qué todavía estoy en este mundo. Descanso un poco y admiro el rudimentario telar hecho de troncos, en el que sus madres, tejen maravillosas alfombras.
El tiempo apremia, llega el atardecer y hay que dormir en el minarete de Jam. Prosigue el polvo, las piedras, el calor y el miedo. Subida en lo más alto de la baca oteo en el horizonte, el lomo de una cumbre, festoneada con una puntilla; son los camellos de los nómadas que se desplazan continuamente por este océano rocoso.
Al amanecer, el alminar está rodeado de personas, han caminado toda la noche para que las examine. Limpio heridas, pongo colirios, entablillo huesos, doy calmantes; todo, bajo la estricta mirada de la hechicera. Ellos me regalan alguno de sus adornos, pero lo que mas agradezco son sus sabrosos nan, hechos con tandooris excavados en el suelo.
Así, días y más días, en los que solo se ve el cielo e inmensas llanuras, interrumpidas por picos y valles, llenas de guijarros, rocas, alacranes, víboras, algún ave rapaz y polvo.
Al llegar a una nueva cumbre Bashir (en pastún: uno que trae noticias buenas) siempre dice lo mismo:
—Ya falta poco.
Eso no resuelve mi incertidumbre, lo he oído tantas veces…Un día, al iniciarse el atardecer, Bashir se pone nervioso, tiene prisa pues cree que esa noche podemos llegar. El coche aumenta la velocidad hasta alcanzar la de una víbora, las ruedas arrancan con fuerza las piedras del camino, las subidas y bajadas me dan vértigo pero él insiste:
—Más deprisa, el sol empieza a bajar.
Al coronar una cúspide, freno en seco y apago el motor. Ante mí aparece un espectáculo indescriptible: es el cansancio, pienso. Sin embargo sigue ahí. Un gran lago, rodeado de acantilados cortados a cuchillo, con el agua, azul añil, como el cielo. Sólo el reflejo de las ruinas de un monasterio, como si de un espejo se tratara, hacen creíble la visión. Alrededor, un inmenso y árido desierto sin ninguna huella de vida. Es un trozo de cielo en la tierra.
—Es el lago de Band-e-Amir— dice Bashir. Dormiremos aquí y mañana llegaremos a Bamiyan donde están los budas sagrados; eso ya está cerca de Kabul.
Esas palabras me llenan de tristeza; prefiero la incertidumbre.
SOPA DE LETRAS
Laura Gómez Melis
Ingredientes:
1 litro de papel vegetal 300gr. de letras
1 ramillete de puntos 1 cucharada de tinta negra
1 vaso de zumo de tildes 1 pellizco de signos
Póngase el papel vegetal a pasión fuerte durante unas cuantas oraciones, hasta que llegue al punto de inspiración, luego bájelo hasta que quede en modo de grafía. Sepárense las vocales y las consonantes para que no se peguen y añádalas removiendo continuamente con una plumilla. A continuación se echa la tinta negra y el ramillete de puntos y se deja a fogosidad suave durante ocho o nueve frases. El conjunto debe tener la consistencia de un buen compendio. A mitad de un párrafo se mezcla el vaso de tildes sin dejar de revolver, durante tres o cuatro capítulos; se retira del fuego, se rectifica de signos y se deja reposar durante varios episodios. Antes de sacarla a la luz pásela por un editor fino y preséntela con un bonito condimento.
TEORÍA DE LA LUZ
Laura Gómez Melis
“La luz blanca es la suma de todos los colores, la negra, la ausencia de color “Newton
Supongo que en algún momento de mi formación académica, estudié estos teoremas, pero es bien cierto que los olvidé al instante y no volví a pensar en ellos, hasta que pasé una temporada en aquella isla. Así fue como ocurrió:
Un día fui a comer a un chiringuito de la playa, pedí una ensalada y una tortilla de setas; el dueño me inspeccionó de arriba abajo y dijo:
—Le pondré trece hongos. Al terminar me tumbé en la arena, durmiéndome al instante. Un leve roce en el brazo me despertó: era el chiquito que ayudaba al dueño del bar. Me miró a los ojos y me dijo:
— ¿are you stoned?
Todavía somnolienta le contesté que no, me observó con una sonrisa burlona y se sentó a mi lado.
Me invadía una feliz tranquilidad, solo me importaba el chico, y los colores del sol. Fue una conversación larga e interesante. Él dibuja en la arena grisácea figuras muy bellas y yo le contesto con simples palotes, pero la compenetración es perfecta. Al cabo de un rato, no sé cuánto, se marcha a trabajar y yo me quedo mirando el atardecer.
El sol ocupa todo el horizonte, de izquierda a derecha y del cielo al mar, como un gran párpado que pestañea. Es un óvalo, amarillo oro, que tapa el mar con un manto púrpura. La parte superior lanza finos haces anaranjados hacia el infinito. El centro, de un rojo bermellón, forma círculos concéntricos que giran sobre sí mismos.
La bahía está rodeada de una amalgama de animales marinos que en conjunto tienen un color marrón. Estrellas de mar, color coral, se deslizan sobre las grandes rayas pintadas a plumilla; pequeños peces azul plata juegan al escondite con los cangrejos naranjas; un gran pez negro de hocico cuadrado, intenta comerse a un pequeñín rosado, pero éste ágilmente da una vuelta y desaparece.
El sol sigue en el mismo lugar ,como si fuera una acuarela; me está regalando su mejor ocaso. Sus rayos penetran por mis poros y, traviesos, me hacen cosquilla; no puedo dejar de sonreír; es un éxtasis fantástico.
Abro los ojos, todo ha desaparecido, el mar, el sol, incluso yo misma. No hay luz, todo es negro, el silencio es agridulce, pero yo sigo esperando no se sabe qué. De pronto se detienen las olas y aparece la luna, que pone una estela de nácar en el mar para que camine sobre ella. Lentamente me levanto, voy hacia la orilla, y sigo el sendero blanco; el agua, azul acero, se abre para que mi cuerpo no sufra al pasar.
Sin saber cómo, estoy otra vez en la arena, me quito las prendas mojadas e inicio el regreso. Me acerco al pueblo, las terrazas están llenas de gente, desnuda paso entre ellas; hoy no importa, hoy soy transparente.
Nit de Jazz
Joan Gellida Pascual
Em va estranyar que en Richard desafinés ja que no acostumava equivocar-se i menys tocant Now’s the time, però quan vaig veure l’Elisa, vaig entendre per què els dits del meu amic tremolaven i l’aire del seus pulmons sortia descompassat.
El Smoke era un local petit on totes les taules estaven molt a prop de l’escenari. Allà els meus companys i jo tocàvem tots el dimarts i divendres música jazz dels anys cinquanta. Aquella nit estava bastant buit i era impossible que en Richard no se n’adonés de la presencia d’aquella dona de llargs cabells foscos que anava acompanyada d’un tipus amb aspecte de venedor d’assegurances.
Quan va acabar la cançó, en Richard i jo vam anar cap la taula on estava l’Elisa, que ens va rebre amb un somriure i dos petons a la galta. Ens va presentar al seu acompanyant, en Mauro, afegint que era el seu marit. Vam acceptar prendre una copa amb ells i jo vaig demanar un Jack Daniel’s sense gel i Richard una Perrier amb una rodanxa de llimona. Feia temps que ell havia deixat de prendre alcohol i altres coses que el perjudicaven encara més.
En Mauro no deixava de parlar, explicant futileses com el color de les cortines que havia comprat o el que corria el seu cotxe o que el metge li havia dit que tenia una tendinitis; també deia que volia invertir en elèctriques i que no li importava que la seva dona i en Richard haguessin tingut una aventura perquè havia estat abans de coneixe’l.
Quan en Mauro va anar al bany van començar el retrets entre en Richard i l’Elisa. Primer va ser ell, dient que feia quatre anys que no sabia res d’ella, que l’havia abandonat sense donar-li cap explicació i que la va està buscant molt de temps fins que algú li va dir que havia marxat a Sud-amèrica. Desprès va ser ella, dient que quan va néixer el seu fill, ell no hi era i quan va morir tres dies després tampoc. Va haver-li de dir al mateix moment: ha nascut el nostre fill i ha mort el nostre fill, i enlloc de consolar-la va marxar sense dir ni adéu. La música anava per davant de tot. Ell va dir que havia estat a la presó per la seva culpa, i ella que el va mantenir durant anys. Tots dos van dir que es van estimar. Ella va dir-li que era un yonqui, i ell que era una puta. Van recordar els versos que es van escriure. Ella se’n va riure i va dir-li que només havia vingut a acomiadar-se i a veure un espectacle.
En Mauro ens va convidar a una altra copa. Jo vaig repetir de Jack Daniel’s i en Richard va demanar un Macallan que es va empassar de cop. No em va agradar que comencés a beure, però no li vaig retreure.
Era hora de tornar a tocar i mentre jo buscava les baquetes, en Richard va anar a parlar amb un paio que no queia bé a ningú perquè sabíem que traficava amb cavall. Van entrar al bany i quan el meu amic va sortir va dir-me: vol acomiadar-se i un espectacle, doncs tindrà les dues coses.
Vam començar a tocar Locomotion de Coltrane i als primers compassos es va sentir el soroll metàl·lic del saxó caient a terra i segons desprès el del cos de Richard ensorrant-se sobre l’escenari. Estic convençut que va continuar tocant la mateixa cançó quan va arribar a l’infern.