No suelo yo escribir entradas demasiado personales en el blog.
Ocurre sin embargo que hoy, por ser el día que es, deseo hacerlo.
Dicen que nadie muere del todo mientras haya alguien que lo recuerde.
Hoy, 12 de setiembre, a las 1o de la mañana más o menos, se cumplieron 20 años de la muerte de mi madre, Laura Navau. (Algunos la conocieron por Rosa, otros por Nena). Tenía 49 años. Y era una mujer muy singular. Apasionada, vital, compleja, sensible, divertida, tierna, culta, inteligente. Muy cariñosa. Amiga de sus amigos. Y una madre excepcional.
Porteña enamorada de Barcelona. Viajera incansable. Decía que cuando una viajaba no podía tener ni sueño ni hambre ni dolor.
Leía mucho, le gustaba la ópera. La música en general.
Era aventurera, valiente, atrevida. De izquierdas. Solidaria.
Tenía una voz preciosa y profunda, pero cantaba mal.
Sigo echándola de menos. Como el primer día. No puedo comprender cómo he sido capaz de vivir veinte años sin verla. Ni cómo voy a ser capaz de seguir así para siempre.
Hay mucha gente que la recuerda con cariño. Me lo dicen a veces, quienes la conocieron, me dicen "qué especial era tu madre, qué fantástica".
Esta foto que dejo aquí se la tomé un día en que estábamos charlando las dos en mi habitación. (Esa mesa sobre la que está apoyada era mi mesa de estudio, de la época universitaria. La lámpara de pie es la que todavía tengo). Es probable que en ese momento tuviera justo la edad que tengo yo ahora, cuarenta y cinco años, sí.
Le gustó mucho vivir. Y lo hizo intensamente.
Seguro que le habrían entusiasmado los teléfonos móviles, internet, los blogs. No tendría uno, pero le encantaría aparecer en éste.
Va por ella.