Os recomiendo este libro de cuentos de Miguel Ángel Muñoz, titulado "Quédate donde estás" y publicado por Páginas de Espuma.
Y para muestra, un botón. Con permiso expreso de su autor, aquí cuelgo uno de los relatos del volumen:
ÁCAROS
Pincharon el mapa de mi brazo con decenas de agujas impregnadas de venenosa esencia, una acupuntura sin arte ni estética, dos líneas que en unos minutos hablarían, dijo el médico, antes de dejarme solo en la habitación. Querido amigo, susurró al rato, con las gafas en la punta de la nariz, tiene una alergia de caballo. A los ácaros, mejor dicho, no confundir con el noble y limpio animal. Y me marché a casa, con mi crucifixión microscópica en el antebrazo derecho, y muchas incógnitas en la cabeza.
En un principio no sospeché las incalculables consecuencias que para un escritor tenía ese diagnóstico. Luego todo comenzó a estar más claro, desde el momento en que llevé al doctor una lista de los tres mil volúmenes que tapizaban las paredes de mi estudio. El médico me prohibió a Tolstoi, Dostoievski, mucho de Faulkner, Proust y todos los libros de historia. Ejércitos implacables de ácaros rodaban por sus interminables páginas, no había posibilidad de lucha, ni las vacunas los vencerían. Me deshice de ellos, y de los gruesos volúmenes enciclopédicos. Querido amigo, si usted escribe relatos cortos, para qué quiere historias largas. Contra el arácnido enemigo alérgeno no valen las medias tintas, insistía, y me obligó a empaquetar y enviar a casa de mis padres cada uno de mis libros de poesía: de la experiencia o de la creencia, romántica o severa, formalista, social, rimada o libre. Ni Rimbaud pasó la criba. Los ácaros, me explicó, se agarran con furia prensil a las palabras inflamadas o cálidamente evocadoras, incubando así el oportuno despertar primaveral. Poco a poco, salieron de mi casa cada uno de los libros que me protegían al escribir e insonorizaban mi cuarto contra los ruidos de la realidad, y aunque los síntomas disminuyeron de forma notable, a cambio tuve que entregar mis horas de lectura y escritura a una limpieza obsesiva y continua de los rincones de cada rodapié o esquina de la casa. Pasé unos tontos meses aburridos sin rinitis que inflamara mi cerebro. De mis libros sobrevivían, llenando dos lejas de una estantería, algunos volúmenes de relatos. Frente a la novela y la poesía, era en ese territorio de la palabra justa donde los ácaros peor lo pasaban. Sin embargo, una dramática mañana de abril amanecí con los ojos llorosos y la respiración entrecortada, casi asmática. Pedí cita urgente al alergólogo, que se dignó a recibirme esa misma tarde y, con las gafas otra vez en equilibrio sobre la punta de la nariz, como en el trance de los pinchazos y el sacrificio, me lanzó una definitiva pregunta sin futuro:
-Querido amigo, ¿tiene algunos Cheever, Chéjov, Carver o Cortázar de los que ir desprendiéndose?
Pincharon el mapa de mi brazo con decenas de agujas impregnadas de venenosa esencia, una acupuntura sin arte ni estética, dos líneas que en unos minutos hablarían, dijo el médico, antes de dejarme solo en la habitación. Querido amigo, susurró al rato, con las gafas en la punta de la nariz, tiene una alergia de caballo. A los ácaros, mejor dicho, no confundir con el noble y limpio animal. Y me marché a casa, con mi crucifixión microscópica en el antebrazo derecho, y muchas incógnitas en la cabeza.
En un principio no sospeché las incalculables consecuencias que para un escritor tenía ese diagnóstico. Luego todo comenzó a estar más claro, desde el momento en que llevé al doctor una lista de los tres mil volúmenes que tapizaban las paredes de mi estudio. El médico me prohibió a Tolstoi, Dostoievski, mucho de Faulkner, Proust y todos los libros de historia. Ejércitos implacables de ácaros rodaban por sus interminables páginas, no había posibilidad de lucha, ni las vacunas los vencerían. Me deshice de ellos, y de los gruesos volúmenes enciclopédicos. Querido amigo, si usted escribe relatos cortos, para qué quiere historias largas. Contra el arácnido enemigo alérgeno no valen las medias tintas, insistía, y me obligó a empaquetar y enviar a casa de mis padres cada uno de mis libros de poesía: de la experiencia o de la creencia, romántica o severa, formalista, social, rimada o libre. Ni Rimbaud pasó la criba. Los ácaros, me explicó, se agarran con furia prensil a las palabras inflamadas o cálidamente evocadoras, incubando así el oportuno despertar primaveral. Poco a poco, salieron de mi casa cada uno de los libros que me protegían al escribir e insonorizaban mi cuarto contra los ruidos de la realidad, y aunque los síntomas disminuyeron de forma notable, a cambio tuve que entregar mis horas de lectura y escritura a una limpieza obsesiva y continua de los rincones de cada rodapié o esquina de la casa. Pasé unos tontos meses aburridos sin rinitis que inflamara mi cerebro. De mis libros sobrevivían, llenando dos lejas de una estantería, algunos volúmenes de relatos. Frente a la novela y la poesía, era en ese territorio de la palabra justa donde los ácaros peor lo pasaban. Sin embargo, una dramática mañana de abril amanecí con los ojos llorosos y la respiración entrecortada, casi asmática. Pedí cita urgente al alergólogo, que se dignó a recibirme esa misma tarde y, con las gafas otra vez en equilibrio sobre la punta de la nariz, como en el trance de los pinchazos y el sacrificio, me lanzó una definitiva pregunta sin futuro:
-Querido amigo, ¿tiene algunos Cheever, Chéjov, Carver o Cortázar de los que ir desprendiéndose?
7 comentarios:
La verdad. Me parece básico y aburrido. Si es todo lo que puede ofrecer mejor se dedique a coger aceitunas en pleno mes de invierno.
Mencionar buenos autores no lo hacen a uno mejor escritor, ni le dan ningún rango "intelectural".
Escritores, escritores...
La verdad, ma agrado mucho la idea de que un autor de relatos sean alergico a los libro.
Todos hemos tenido al menos una vez alergia a un libro por su volumen.
Haber si lo encuentro
Con todos mis respetos, la escritura de este relato, es mediocre, simple, no tiene mordiente ni vida. Ni fondo ni forma. No entiendo cómo algunos consiguen publicar. ¿Está al menos escrito en papel reciclable?
Bueno, a mí no me ha parecido tan malo. Tampoco podemos pretender que cada cuento o cada novela sea una obra maestra.
Tomo nota de tu lectura propuesta, Flavia.
Un saludo.
Pues a mí me ha gustado mucho. Me parece un relato muy sencillo, pero es que creo que lo sencillo no está reñido con la buena literatura, no se por qué la literatura compleja o "profunda" debe ser mejor literatura, tal vez la profundidad no esta en cómo se escribe, sino en lo que esconde lo que se escribe.
Sí, me parece simple, pero tan simple en su estilo como en su historia, tam simple como podria ser la historia del hombre y el pez que se miran a través del cristal del acuario en un relato de Cortazar, o como en cualquier relato de un clásico. Y no se por qué pensáis que el autor debe tener alergia tan solo porque lo tenga un personaje suyo. Hay que saber diferenciar literatura de realidad, y ahí está el encanto de este cuento, que es tan real como la vida misma y nos hace confundir los dos mundos, tal vez por ahí empiece la magia.
Muchas gracias Flavia por ofrecernos este relato, de un libro que aun no he leído pero que sin duda lo haré, porque seguro que esconde mas secretos, como el amor a la literatura que transmiten sus líneas, Y por supuesto gracias al autor por escribirlo.
Como siempre, hay gustos para todos los colores y colores para todos los gustos. Pero es de agradecer que nos lo des a conocer a quienes no lo conocíamos. Así que gracias, Flavia.
Escribir sobre escritos tiene sus peligros. Se encuentran parecidos: conozco varios casos, no uno ni dos, de psiquitras que han prohibido leer a sus pacientes.
Al fin y al cabo, nuestro héroe literario nacional, ¿no era un tipo que se volvió loco de tanto leer?
Yo mismo tenía una tieta, deliciosa solterona de esa que antes vivían en casa de un hermano (mi padre), que era la persona que más me quería en la casa... pero tenía que leer y estudiar sin que me viese... ¡porque era malo para la cabeza!
Pues dicho todo esto, he leído el relato con verdadero placer. Me gusta su estilo sencillo y cuenta la historia con un sello personal. Le deseo que tenga con su libro tanta suerte como por tenerte de amiga.
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