El precipicio no está donde nosotros decidimos que esté.
Hay figuras sin embargo que nos lo tapan, figuras de personas por las que sentimos apego o figuras de personas por las que sentimos aversión. Y vamos tras esas personas, porque nos gustan demasiado o demasiado poco, sin querer darnos cuenta de que se esfuerzan por taparnos el abismo que ocultan a sus espaldas, el abismo en el que nos dejarán caer a menos que prestemos atención a tiempo. A menos que veamos. Y los alejemos. Y, al hacerlo, caminemos en dirección contraria al abismo.