¿Y qué tienen que ver el grupo Bremen de Madrid y la actuación, ayer 21 de julio, de Madonna en Barcelona?, diréis vosotros. Y yo contestaré: Nada de nada, y eso es lo interesante de Bremen.
Bremen es un taller literario que empieza a reunirse en Madrid en 2007. Lo forma gente diversa, proveniente de campos distintos e incluso dispares. Nos llega ahora este libro, Camarote 503, en que se reúnen relatos de los integrantes de ese grupo que se congrega en un sótano de Malasaña -y seguro que fuman y aquello se llena de humo; como si lo viera.
Acabo de recibir el libro: lo voy a leer con todas las ganas. Escriben en él amigos a lo que conozco y quiero y amigos a los que no conozco -de un modo un otro, estoy cerca de quienes aman la literatura, y esa cercanía puede, en cierto sentido, llamarse amistad, aun entre desconocidos. Siempre he pensado que la gente que lee constituye una especie humana característica, con una serie de rasgos comunes curiosos. Otro día hablamos de ello, si os parece. Porque... ¿estáis de acuerdo, no?
Entonces viene el tema de Madonna. Venimos de Bremen, lo auténtico, a Madonna, el artificio. No os voy a contar qué hacía yo ayer en el concierto de Madonna, pero sea como fuere estaba allí. Aunque no me guste y aunque en algún momento pensara que por culpa del volumen a que estaban los bajos iba yo a escupir mi corazón, zas, como el hueso de un mango.
Madonna canta mal. Pero mal de verdad, es decir, que desafina, da gritos involuntarios. El espectáculo lo constituye lo que lleva a su alrededor, producto del dinero invertido en el negocio. No descubro nada a nadie, lo sé. Pero mira lo tranquila que me quedo.
Del concierto me causaron gracia dos cosas (en algo tenía que fijarme, para aguantar hasta el final): Que la gente que estaba apiñada en pista sostenía en alto algo que recordaba a cuando, en el pasado, la gente encendía su mechero y se quemaba el dedo a poco de sostenerlo encendido. No eran mecheros, eran móviles, pero el efecto, el mismo. Qué gracia que esa imagen se repita, ¿no?
Y la otra cosa que me llamó la atención es que, antes de empezar, en la pista, hubo una mujer con los santos valores de colocarse allí en medio con una silla que se había traído de su casa. Me encantó. Me dio risa. Insuperable, allí ella en el salón de su casa, como si dijéramos, dispuesta a ver lo que echaran en el escenario.
Conclusión: Os recomiendo el libro de los Bremen.
Vale.