Susto o muerte, publicado en El Periódico el 6 de mayo de 2007.
• Recorrer EEUU, de la europea Nueva York al corazón rural del país, es una experiencia que debe vivirse
Jaime Gil de Biedma escribió un poema titulado París, postal del cielo, que quizá no se entienda materialmente si, además de visitar París, no se visita Nueva York. Lo pensé al pisar las calles de la Gran Manzana. En París, el cielo está en todas partes, a la altura de los hombros. En Nueva York, por el contrario, el firmamento está lejos, muy alto, a veces es solamente un rectángulo mínimo. Y de las alcantarillas sale humo, proveniente tal vez de las calderas de Pedro Botero, que arden más abajo aún. Cuando el cielo nos queda tan arriba, es probable que nos encontremos en el infierno --más divertido que el paraíso, qué duda cabe--, tan lejos de Dios, como dice el título de una magnífica novela de la chicana Ana Castillo. Esa ciudad es la entrada a Estados Unidos, por la puerta grande. Una puerta grande que se estrecha mucho cuando van a pasar los extranjeros, a quienes se somete a largas colas, inverosímiles interrogatorios, cuestionable toma de huellas dactilares, fotos digitales y demás inconveniencias.A SOLODOShoras de avión de Nueva York, se nos confirma la existencia del infierno mediante algunos de los carteles de fondo negro y letras blancas que pueden verse en la carretera que va de Bowling Green a Lexington, en el corazón del país. Lo dicen así de claro: "El infierno existe". Y una piensa: ¿Es un cartel informativo? ¿A cuántas millas debe de estar, ya que no lo indica? ¿Es una amenaza? ¿Una adivinanza? Hay más, igualmente impresionantes, como el que nos conmina a recordar que Dios murió a causa de nuestros pecados. ¿Qué relación existe entre ambas afirmaciones? ¿Tendrá que ver la primera con el asombroso hecho de que en aquella tierra está permitido la utilización de armas y que no es ilegal ir con una encima, aun cuando no se tenga permiso, mientras se lleve a la vista? ¿Fue el infierno lo que, hace algunas semanas, hizo que un chico asesinara a 32 personas en la universidad de Virginia y fueron sus pecados por los que murió Dios, los que le obligaron, después, a quitarse la vida? Una visita a la parte más rural de Estados Unidos puede ser instructiva. No podemos olvidar que es el país que actualmente decide algunos de los asuntos más importantes que afectan al planeta.UNA puede creer que va a ser capaz de distinguir entre la población a la gente presuntamente susceptible de llevar un rifle, por ejemplo. Pero resulta que el aspecto, a la hora de deducir si una persona va armada o no, no es orientativo. Una profesora de universidad jubilada con aspecto de afable anciana incipiente, a la manera de Jessica Fletcher, confesó hace apenas unos días, ante mis ojos, espejo de un alma horrorizada, poseer tres revólveres, uno de los cuales iba siempre con ella. Pensé, de pronto, que si aquella mujer portaba una pistola, todos los presentes en aquel local --genuino estilo saloon de las pelis del Oeste-- podían llevar la suya, y cualquier gesto espontáneo pero sospechoso podía iniciar una especie de efecto dominó que acabaría con un considerable conjunto de cadáveres injustificables, entre los que se encontraría el mío.Por cierto, el desayuno era de una cantidad y calidad que hacían difícil consumirlo de una manera rauda y veloz: salchichas, huevos fritos, pan, bacon, alubias, patatas fritas y café americano a raudales.Era domingo, con la rutina dedesayunar copiosamente a primera hora, después ir a misa, luego a comer y, finalmente, salir de compras al centro de la ciudad. Una ciudad que nosotros, los europeos, identificaríamos con un polígono industrial, lleno de grandes superficies, inmensos párkings y ninguna acera, ya que allí nadie camina: se trasladan siempre en coche de puerta a puerta. Viven en los alrededores, en esas casas que estamos acostumbrados a ver en sus películas, con jardín delantero y trasero. La altura del césped de todas las viviendas, por cierto, tiene que estar a la misma medida, de modo que cortarlo se convierte en una obligación cívica. Las ventanas no tienen rejas, ni siquiera en la planta baja, y no se ven muchas alarmas a simple vista. ¿Un mundo idílico de paz? Ellos comentan que tal vez los ladrones, sabiendo que los propietarios están armados y tienen derecho a disparar, prefieren no asaltarlos en el domicilio.EL SALTOENTRENueva York y el corazón del país es abismal. Nueva York es casi un fragmento, tal vez el mejor, de Europa. Pero ahí en medio, en Kentucky o en Tennessee, fascinada por las contradicciones de una sociedad que, aun siendo rígida y puritana, resulta enriquecedora, una comprende el cine que exportan o, mejor todavía, la literatura que han escrito los autores sureños o rurales como Carson McCullers, Catherine Anne Porter, Flannery O'Connor, Toni Morrison, William Faulkner.Una se instala en la ficción, tan pegada a la realidad, y se da cuenta de hasta qué punto toda nuestra cultura está influida por esos elementos que pertenecen al país que marca el camino del mundo hoy por hoy. Y es inevitable estremecerse, qué quieren que les diga. Susto o muerte, como dice el chiste. Pues de momento elegimos susto, y a ver qué pasa.