lunes, 15 de junio de 2009

viernes, 12 de junio de 2009

EN LA FERIA DEL LIBRO DE MADRID. Y LECTURA RECOMENDADA

Para empezar, quiero recomendaros la lectura de Janet Frame (Nueva Zelanda, 1924-2004), una escritora a quien durante su juventud se le diagnosticó erróneamente esquizofrenia y que, cuando estaba a punto de ser víctima de una lobotomía, recibió el premio literario Hubert Church Memorial Award, gracias al que se anuló la operación.
He empezado por la lectura de "Hacia otro verano". Es impresionante... sólo os copio una frase... pero hay tantísimas entre las que elegir:
"... no es de extrañar que un hombre se pudiera volver loco por miedo a que su último puerto, sus pensamientos y sueños privados, ya no le pudiera ofrecer cobijo alguno".

En otro orden de cosas, más humildes y terrenales, este fin de semana voy a estar en la Feria del Libro de Madrid. Me encantará si pasáis a saludarme.

El sábado estaré entre las 12:00h y las 14:00h en la caseta de Páginas de Espuma, número 124.

Y el domingo estaré entre las 18:00H y las 20:00h en la caseta de la librería Berkana, número 34.

Lo dicho, sería un placer que me acompañarais un rato. Y además, son dos casetas que vale la pena visitar "incluso cuando no estoy yo", jajajaja.

domingo, 7 de junio de 2009

LA VERGÜENZA DE LAS ELECCIONES EUROPEAS 2009

No se han confirmado todavía los resultados, pero parece que la derecha tiene las de ganar. Y ese es el resultado de la abstención, el resultado del "me da lo mismo quién gane", el resultado de "yo soy europeo, hombre, blanco, heterosexual, burgués, católico o protestante; yo soy el que va a ganar llegue quien llegue a pensar y a administrar la vieja Europa". Qué vergüenza la de quienes, sabiendo todo esto, se han quedado en casa o se han ido a la playa o han pensado que el derecho al voto es algo intrascendente. Un fantasma recorre Europa, y ese fantasma lo estamos construyendo entre todos, entre todas los que podríamos haber dicho que no estamos de acuerdo con la forma en que las derechas administran la justicia, la igualdad, la libertad, las minorías, la inmigración y tantos otros temas.

Cuando los nazis vinieron a por los comunistas,
guardé silencio,
porque yo no era comunista.
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas,
guardé silencio,
porque yo no era socialdemócrata.
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas,
no protesté,
porque yo no era sindicalista.
Cuando vinieron a buscar a los judíos,
no protesté,
porque yo no era judío.
Cuando vinieron a buscarme,
no había nadie más que pudiera protestar.

Martin Niemoeller, 1939.

viernes, 5 de junio de 2009

JAVIER SÁEZ DE IBARRA. MIRAR AL AGUA.


Otra lectura recomendada. Cuentos también. Publicados por Páginas de Espuma. Esta vez, "Mirar al agua", de Javier Sáez de Ibarra.


Dejo aquí uno de los cuentos, el que da título al libro que, por cierto, fue ganador del Primer Premio Internacional de Narrativa reve Ribera del Duero.


MIRAR AL AGUA


PUES LA TAL GRACIELA SE VUELVE DE GOLPE y me suelta:
–Si no te gusta, vete, y nos ahorramos los resoplidos.
Para qué iba a contestar. Se veía que la tía estaba muy
enfadada, así que mejor dejarlo. Conque se da la vuelta y
sigue de charla con sus amigas. Es lo que más me jodió,
que siguiera como si tal cosa; y encima Chus me dice que
qué pasa conmigo. Pero Ángel también se había burlado,
sobre todo al principio, y a él no le había dicho nada.
Y esa vez por lo menos sí que tenía razón en reírme,
porque había que ver aquel mamarracho de muñeco con
forma de bebé de color verde, ¡y con pirulís de colores
en los ojos!
La verdad que me sentó mal; le dije a Ramiro que se
viniera conmigo a tomar algo, pero él se lo trataba de
hacer con una de las chicas y no quiso. Así que como
recular ya no podía porque fui tan tonto de decirlo en
voz alta, a los veinte minutos me tienes en la barra con
un copazo.
Tomando algo es un decir. No me apetecía beber solo,
además era temprano. Esa Graciela se había pasado conmigo;
que me hacía gracia era verdad, pero yo tenía
derecho a expresar mi opinión lo mismo que cualquiera.
Y sólo habíamos visto unos cuadros espantosos, cosas
raras tiradas por el suelo, maquinitas absurdas y vídeos
sin sentido. Que yo no digo que entienda como ella, pero
sé reconocer el arte si lo veo; y casi todo lo que exponían
allí lo hace hasta un mono si lo dejan. Me eché mi
risa, imaginándomelo con sus pinceles, las pinturas, la
tela; un letrero de «Artista trabajando», y una panda de
pirados mirando y aplaudiendo detrás de los barrotes.
¿Y yo iba a quedar mal por no seguirles la corriente?
Si sabía que Ramiro y Ángel pensaban lo mismo.
¡Estaban disimulando!
Pensé que hablarían mal de mí, y me dio rabia.
Pero tenían razón; me había comportado como un
idiota. Íbamos a la exposición para ligar con aquellas
tías, ahora ellos se las estaban trabajando y yo allí solo
perdiendo el tiempo. La semana anterior me había cortado
el pelo; y esa tarde estrenaba una camisa y una corbata;
¿de qué me servían ahora? Por abrir la bocaza.
En fi n. Dejé que pasara un rato y luego fui a buscarlos;
habíamos dicho que veríamos los pabellones G y
H, y luego los E y F. Era la feria más grande que había
visto en mi vida, y toda de arte. Tardaría bastante en
encontrarlos.
Un sábado por la tarde, en vez de ir de copas o al
fútbol, todos aquellos tíos allí mirando cuadros y charlando
de que si esto o lo otro. Encima con su aire de
marciano. Afortunadamente, se veían tías buenas y daba
gusto pasear por los pabellones. Aunque muy raras, eso
sí, porque parece que no había término medio: o vestidas
todo de negro, o con demasiados colores; te mezclaban
una chaqueta con una falda de lino; unas con ropa holgada
que no dejaban ver el cuerpo, o con escotazos; el
pelo mechado... Ahora, casi todas tenían algo especial
en la mirada, difícil de explicar, como más despierta,
bonita; digo que porque serían artistas o estudiantes.
Para verlo. Sin duda, lo mejor de la exposición eran las
chorbas.
Cuando miré el reloj daban las siete. Tenía que volver
para que no creyeran que me había mosqueado por lo de
antes. Me puse a buscarlos un poco nervioso ya porque no
los encontraba. En esto que por fin veo a una que se llamaba
Paula y que iba con Chus, y detrás a Ramiro que se
había arrimado a la rubia. Seguro que de lo que hablaban
no tenía nada que ver con lo que estaban viendo. Mientras
que la amiga Graciela se había quedado atrás, mirando
sus cuadritos así y asá, no se le perdiera un detalle.
No sabía cómo acercarme para no llamar demasiado
la atención; sobre todo para no molestar a mis amigos.
Conque me doy cuenta de que me va a tocar quedarme
con la lista. Me dije, yo no le pido perdón si ella no se
disculpa. También podía hacer como que me interesaba
su rollo, a ver por dónde salía ella. Le demostraría que
no me afectaba lo que me había hecho. Al final, y como
temí, me encuentro otra vez en la casilla cero: al lado
de Graciela que, la verdad sea dicha, estaba guapa tan
concentrada mirando una de las obras.
Era un cuadro por llamarlo de alguna manera: cubierto
de clavos y con muchos hilos de colores de un lado a
otro. A mí me parecía una mierda, pero no iba a decírselo
viendo su interés. Así que le suelto:
–Esos hilos da igual donde vayan, porque no forman
ninguna figura.
La tía no responde; se me queda mirando como si
fuera un subnormal, y me dice:
–Sí, es una disposición arbitraria... no creo que importe.
Luego pega la media vuelta y sigue adelante. Reaccioné
al momento y me fui tras ella. No iba a aceptar que
me dejara después de hablarme en ese tono, creyéndose
la tía que por saber del tema podía despreciarme.
Ella iba a lo suyo. Se paseaba por los paneles de los
stands; y de vez en cuando se paraba delante de alguna
obra, la miraba despacio, se fi jaba en un lado, en otro,
se acercaba y se alejaba como si hubiera algún secreto.
Y sin abrir la boca. Menudo rollo; pero yo no tenía
opciones.
En esto que llama a una de sus amigas para que se
acerque a ver algo, y Chus viene con ella. Se ponen a
hablar las dos; y él me da una palmada como de broma
y me dice:
–¡Qué!, ¿dónde te has metido?
–Por ahí, viendo cosas.
Me da otra palmadita, pero sin mirarme a los ojos.
–La has cagado.
Y en vez de seguir hablando, se pone a decirles algo
a ellas. Me vinieron un montón de cosas a la cabeza al
mismo tiempo. Que era estúpido, que mis amigos pasaban
de mí, que creerían que había puesto en peligro nuestros
planes. Me quedé rígido. Menos mal que no duró mucho.
Se miraron los tres de forma rara y, entonces, Chus y la
otra chica se marchan como si se despegaran de mí; al
mismo tiempo, Graciela echa a andar en otra dirección.
Me vi solo otra vez. No sabía qué hacer, si quedarme
quieto, si correr detrás de ellos; tampoco iba a seguir
a Graciela. Estaba bloqueado. ¿Por qué habíamos ido a
aquella maldita exposición? ¿Por qué siempre era yo
tan torpe? Me puse enfermo, temí quedarme sin nadie
en medio de aquellas salas. Hasta sentí que me dolía la
rabia.
Entonces, Graciela se volvió un poco. No supe si porque
quería sacudirse el pelo o para invitarme; pero sin esperar
nada me adelanté hasta ella, disimulando lo que sentía.
Me pareció que no le molestaba que yo la acompañase.
–Yo no entiendo mucho –le dije. Ella sonrió:
–No es mal punto de partida.
Le aclaré que había muchas cosas que no me gustaban.
Me responde.
–Hay bastante porquería.
Cuando me di cuenta nos habíamos metido por uno
de los pabellones.
En una pared encontramos una hilera con más de
veinte fotos pegadas; eran imágenes de guerra: tanques,
casas bombardeadas, carreteras destrozadas, aviones
tirando bombas... Al lado un cartel que decía: «Cómo
se construye la realidad», o algo parecido.
–Por ejemplo... esto –decidió ella.
A mí no me desagradaba. No se veían muertos, pero
las fotos estaban bien hechas. Y siguió:
–Son fotos documentales. Se supone que el artista
quiere criticar la producción de imágenes pero es muy
superfi cial, no las analiza ni examina los recursos...
Yo no entendía qué quería decir; pero parecía completamente
segura de sí misma.
–Ya –dije.
–Es puramente espectacular, decorativo. Una infamia.
No iba a replicar que me parecían las fotos de una
película...
Recorrimos otros lugares. Ella empezó a comentar
algunas de las cosas que veíamos. Cuadros, esculturas, lo
que llamó instalaciones, incluso vídeos. Yo también hacía
algún comentario, nos reíamos. Se notaba que ella adoraba
el arte, pero tenía sentido del humor. Y yo traté de no pasarme
diciendo chorradas; sólo para crear buen ambiente.
En esto llegamos a un sector y veo un Lego gigante,
lo menos de tres metros. Le digo que yo había jugado
con esos muñecos. «No sería con ese», me contesta. Era
un soldado de muy mal aspecto, con un corte en la cara,
que llevaba un machete y apuntaba con una pistola a la
cabeza de otro de rodillas y en camisa que estaba como
suplicando. Graciela leyó en voz alta el cartel:
–«Nadín Ospina, Juguetes para Colombia». Un día el
artista vio a su hija con esos muñecos: unos eran guerrilleros
y otros gente de piel blanca vestida con bata:
médicos, enfermeras... Comprendió que su hija tenía que
jugar con imágenes estereotipadas; y de que así la sometían
a una forma de colonialismo. ¿Entiendes? –le dije
que sí–. Él quiere subvertirlo, presenta a un terrorista y
a su víctima como si fueran algo típico de su país; para
desvelar los prejuicios de los espectadores.
Me había sorprendido su explicación.
–¿Y cómo sabes tú eso?
–Lo leí en una entrevista –rió.
–Pues yo no veo nada.
–Claro –me dijo–. Mirar no es sólo cuestión de los
ojos; debe intervenir la capacidad asociativa.
No sonaba pedante.
–Se mira con el cerebro. O no se ve en absoluto.
La lección acabó ahí, porque se dio cuenta de que se
estaba poniendo en plan profesora.
Llevábamos un rato largo; a su lado el tiempo se me
pasaba de otra manera. Por otra parte, ni rastro de mis amigos,
debía estar cada uno montándoselo con su elegida.
Mucho público ya se había marchado, y los pabellones
que se iban quedando medio vacíos daban como una
cierta tristeza. Sin embargo, yo me encontraba a gusto.
–Vamos a ver a Plessi –propuso ella.
Recorrimos el pabellón y llegamos a una esquina donde
había varias habitaciones, separadas del resto con cortinas.
Entramos en una. Al principio no se veía mucho;
luego los ojos se te acostumbraban. La sala estaba en
penumbra, iluminada solamente por unas luces amarillas
que había en el suelo. Aquello tenía aire de iglesia.
Avanzamos, y hacia el fondo vi la pantalla grande de un
televisor con unas letras fl uorescentes en color azul:
RETAW
Nos quedamos quietos. Yo traté de leerlas: Maler,
Mater; pensé si sería un idioma raro.
–Mira –me dijo Graciela.
Me esforcé. Eran tubos luminosos como los de cualquier
casa, aunque azules, que salían en una televisión.
Las letras brillaban, se veían bien. Pero sin sentido. Y
en esto me doy cuenta.
Debajo, un poco delante, se refl ejaban las letras invertidas
y se podía entender:
WATER
Habían colocado un recipiente grande con agua bajo
la pantalla.
Nos quedamos mirando. En ese momento, empecé a
entender algo y se lo dije:
–Directamente no se puede... en la televisión no se
ve nada, como si dijéramos que no tiene lógica mirar
ahí –me entusiasmó mi propia idea–: se comprende sólo
cuando se refl eja. Hay que leer en el agua.
–Aunque fl uctúen las letras... –añadió ella.
–Ya. La visión no es perfecta... Pero es la forma verdadera,
¿no?
Ella dijo:
–No sé si la verdadera... porque el agua se mueve, y
hace que nuestra visión varíe. Nunca termina de concretarse.
–Con todo ocurre lo mismo –seguí yo–: da igual lo
que se diga, ¿no? Si miras al sitio equivocado, te quedas
sin comprender.
No nos movimos, contemplando las imágenes. Me
sentía tranquilo en aquella sala en silencio. Deseé que
no viniera nadie a molestarnos y se lo dije a Graciela:
–Me gusta este lugar.
–Bueno –susurró–. Podemos quedarnos todo el tiempo
que quieras.

martes, 2 de junio de 2009

QUÉDATE DONDE ESTÁS. MIGUEL ÁNGEL MUÑOZ.

Os recomiendo este libro de cuentos de Miguel Ángel Muñoz, titulado "Quédate donde estás" y publicado por Páginas de Espuma.
Y para muestra, un botón. Con permiso expreso de su autor, aquí cuelgo uno de los relatos del volumen:
ÁCAROS

Pincharon el mapa de mi brazo con decenas de agujas impregnadas de venenosa esencia, una acupuntura sin arte ni estética, dos líneas que en unos minutos hablarían, dijo el médico, antes de dejarme solo en la habitación. Querido amigo, susurró al rato, con las gafas en la punta de la nariz, tiene una alergia de caballo. A los ácaros, mejor dicho, no confundir con el noble y limpio animal. Y me marché a casa, con mi crucifixión microscópica en el antebrazo derecho, y muchas incógnitas en la cabeza.
En un principio no sospeché las incalculables consecuencias que para un escritor tenía ese diagnóstico. Luego todo comenzó a estar más claro, desde el momento en que llevé al doctor una lista de los tres mil volúmenes que tapizaban las paredes de mi estudio. El médico me prohibió a Tolstoi, Dostoievski, mucho de Faulkner, Proust y todos los libros de historia. Ejércitos implacables de ácaros rodaban por sus interminables páginas, no había posibilidad de lucha, ni las vacunas los vencerían. Me deshice de ellos, y de los gruesos volúmenes enciclopédicos. Querido amigo, si usted escribe relatos cortos, para qué quiere historias largas. Contra el arácnido enemigo alérgeno no valen las medias tintas, insistía, y me obligó a empaquetar y enviar a casa de mis padres cada uno de mis libros de poesía: de la experiencia o de la creencia, romántica o severa, formalista, social, rimada o libre. Ni Rimbaud pasó la criba. Los ácaros, me explicó, se agarran con furia prensil a las palabras inflamadas o cálidamente evocadoras, incubando así el oportuno despertar primaveral. Poco a poco, salieron de mi casa cada uno de los libros que me protegían al escribir e insonorizaban mi cuarto contra los ruidos de la realidad, y aunque los síntomas disminuyeron de forma notable, a cambio tuve que entregar mis horas de lectura y escritura a una limpieza obsesiva y continua de los rincones de cada rodapié o esquina de la casa. Pasé unos tontos meses aburridos sin rinitis que inflamara mi cerebro. De mis libros sobrevivían, llenando dos lejas de una estantería, algunos volúmenes de relatos. Frente a la novela y la poesía, era en ese territorio de la palabra justa donde los ácaros peor lo pasaban. Sin embargo, una dramática mañana de abril amanecí con los ojos llorosos y la respiración entrecortada, casi asmática. Pedí cita urgente al alergólogo, que se dignó a recibirme esa misma tarde y, con las gafas otra vez en equilibrio sobre la punta de la nariz, como en el trance de los pinchazos y el sacrificio, me lanzó una definitiva pregunta sin futuro:
-Querido amigo, ¿tiene algunos Cheever, Chéjov, Carver o Cortázar de los que ir desprendiéndose?

Aquñi dejo mis artículos más recientes aparecidos en La Vanguardia. Espero que los disfruten. :-)