jueves, 30 de julio de 2020





Aparece “La mitad sombría” en Argentina, de la mano de Evaristo Editorial. Roxana Artal y Damián Blas Vives, sus editores, han acordado conmigo “argentinizar” la novela. Era de justicia. Recuerdo que cuando en España la publicó en 2006 Sergio Gaspar en su sello DVD, una de las páginas que más me costó soltar es aquella donde se conjuga el verbo morir en imperativo. La protagonista pide a uno de los personajes “muérete”. La voz narrativa estaba construida con el español peninsular y la autora de la voz narrativa -o sea yo- tuvo una pelea sin cuartel al respecto. Porque para que tuviera la categoría de una orden la autora pensaba: “morite”. Justicia poética la publicación al fin de esta novela en su lengua original -la que habitaba la cabeza de la autora, que siempre se estuvo traduciendo para llegar al papel-, con una cubierta espléndida y una maquetación impecable de Marco Zanger. 
¿Les cuento una anécdota divertida acerca de la primera publicación de la novela? También se trataba de una editorial pequeña, de esas que existen gracias al esfuerzo y pasión de su editor/a, de esas que no cierra porque quienes la dirigen creen en el arte y aman la literatura, defienden la cultura y la diversidad, sienten que otres deben tener al alcance textos que de otro modo no llegarían jamás a sus manos. Bien. Firmé contrato con Gaspar, mi hermana diseñó la cubierta -un lujo las cubiertas diseñadas por mi hermana, siempre- y el libro estaba por aparecer. El adelanto que me pagaron fue tan digamos escaso, que aprovechando la visita a Barcelona del director de cine Arturo Ripstein y su esposa y guionista Paz Alicia Garciadiego, quienes me telefonearon para vernos, les propuse que fuéramos al célebre restaurante Casa Leopoldo. Cenamos y bebimos cuanto se nos antojó. Cuando llegó la cuenta vi que el importe total de la misma era exactamente lo que había percibido como adelanto por la novela. Recordé aquella vez en que a Clarice Lispector su editor le había pagado tan poco, en efectivo, como adelanto por uno de sus libros que Clarice, despechada, al salir de la editorial, se lo dio todo a un indigente que pedía limosna en las inmediaciones. En Casa Leopoldo no había indigentes ni nadie que pidiera, pero pagué la cena y me gané una anécdota que,  en mi opinión, no tiene precio.

lunes, 6 de julio de 2020


Comparto con ustedes el artículo publicado por la revista Dialogal en su número del verano 2020.

EL VIAJE SIN FRONTERAS
Flavia Company

Toda experiencia es una forma de viaje, una casualidad que nos traslada del lugar donde estamos a otro diferente, desde el que ya no podemos volver atrás. Cada acto tiene su consecuencia y cada hecho vivido nos modifica. 
La literatura es uno de los viajes más apasionantes que tenemos la oportunidad de vivir. Tanto desde el punto de vista de la lectura como desde el punto de vista de la escritura. Es el viaje imposible: el de trasladarse a la mente de otro ser. Quien escribe se pone en la piel de los personajes, quien lee empatiza con ellos. Desde la narrativa podemos conocer los sentimientos de un gato, los pensamientos de una casa, los sueños de un profeta, los miedos de un prisionero, las reflexiones de una emperatriz de tiempos pasados, las limitaciones de los seres del futuro. Podemos acercarnos a otros mundos. Incluso entenderlos.
El camino de la escritura es, cuando queda lejos del entretenimiento o del producto de mercado, un camino espiritual que profundiza en los diferentes conceptos que nos preocupan y sostienen. El arte -y por lo tanto, la literatura- es respuesta a una serie de preguntas que nunca nos han llegado pero que imaginamos. Son respuesta a las preguntas que nos hace Dios mediante el don de la existencia, tanto nuestra como de la naturaleza. 
Tras una vida dedicada a la escritura -y a la focalización, concentración y meditación que requiere-, existe la intuición de la comunión. De la fusión. De la asunción de ser parte del todo. Cada paso dado, se da para rozar la esencia de lo que es inefable, del nombre que no se puede decir, de la palabra que lo contendría aunque, quizá, haría nacer otro universo o transformaría este para siempre. En otro todo. O en una nada, que es lo mismo.
El arte de las palabras necesita la práctica de la paciencia, de la humildad, de la disciplina y, también, de la fe. Dedicar la vida a aquello que no te da dinero para vivir solicita de ti una entrega alegre y agradecida. No se puede acompañar del concepto de inmolación, y preferiblemente tampoco del concepto de sacrificio. Es una misión, una deuda moral, un imperativo de la conciencia. Como la del árbol cuando da frutos, cono la de la planta cuando da flores, como la de la luna cuando provoca las mareas. El objetivo es en él mismo. No hay intención ni esperanza. No es un deseo sino una convicción. Justo por eso, la vida de quien escribe en las circunstancias citadas -como un ejercicio espiritual, no como un negocio cultural-, pone sus experiencias al servicio de esta fe. Y llega un punto, después de una cantidad indefinida de años, en cada caso una medida diferente, que la fe da respuesta y demuestra la bondad y razón de su existencia: es el momento de la fusión. Es el gran viaje al lugar donde vida y obra ya no se pueden distinguir. El momento en que todo lo que se ha aprendido, en vez de ser aplicado sólo a la obra, se aplica también a la vida. Se borran las fronteras. 
Toda experiencia es una casualidad que nos traslada del lugar donde estamos a otro  diferente, desde el ya no podemos volver atrás. Cada acto tiene su consecuencia y cada hecho vivido nos modifica. No podía ser diferente con una instancia tan decisiva como la de la fusión con el arte que se practica.
Esta desaparición de las fronteras intangibles me llevó a la necesidad de experimentar la inexistencia de las fronteras tangibles. ¿Constatación? ¿Otro paso lógico de mi ejercicio? ¿Se trataba de vivir la transitoriedad y la impermanencia? ¿De practicar el desapego y soltar todo aquello que no fuera imprescindible o útil? Emprendí una vuelta al mundo, justo antes de que quedara quieto a causa de una enfermedad planetaria. Salí de Barcelona y, durante casi dos años recorrí Cuba, Panamá, Colombia, Uruguay, Paraguay, Brasil, Argentina, Chile, Isla de Pàsqua, Polinesia, Nueva Zelanda, Filipinas, Japón, China, Malasia, Singapur y Estados Unidos. Antes de dar la primera vuelta por acabada, sin embargo, decidí atravesar los Andes a pie. Nunca lo Trascendente había estado tan cerca de mí. Y digo bien, lo Trascendente cerca de mí. Porque yo de lo Trascendente sí me había sentido cerca algunas veces. El viaje interior y el viaje exterior quedaban fundidos. Las fronteras desaparecidas. Todo era lo mismo y yo era parte. Indisoluble.
Comprendí que había pasado de ser una viajera a ser nómada y observé con una visión diferente mis prácticas de yoga -el significado en sánscrito es unión. Cualquier intención de fragmentar el todo nos lleva a la identificación, que es parcial y excluyente. Sólo la desaparición de la identificación nos ayuda a dar el primer paso hacia la identidad, hacia la esencia que nos permite reconocernos en el otro. Nuestro espacio -en el yoga, la esterilla; en la literatura, el libro; en la vida, los actos- contribuye; no nos separa, nos suma a lo que existe antes que nosotros, con nosotros, después de nosotros. No nos limitan ni el tiempo ni el espacio, sólo la mente.
De la primera vuelta al mundo -quién sabe si podré seguir con el nomadismo; en cualquier caso se trata de no aferrarse a ningún lugar ni a ninguna experiencia- me ha quedado la certeza de que allí donde parece haber más riqueza es donde hay más pobreza: hay más miedo y más orden. Que allí donde parece haber más pobreza, es donde hay más riqueza: hay más empatía y más sentido común. Siempre desde el concepto de la unión con aquello que es esencial. Consustancial. Me ha quedado la sensación de que en efecto hay un hilo invisible que nos une a todes con todes y que no tiene sentido hablar de lo que es nuestro o de lo que es vuestro, de los que tienen la razón o de los que no. 
Compartimos un planeta, un universo. Y buscamos respuestas. Buscamos preguntas, también. Dos caras de la misma moneda. Entre cara y cruz no hay fronteras: hay un giro que cambia el punto de vista. Como en un viaje. Un viaje que a veces hacemos desde la lectura. Otras veces desde la escritura. Una casualidad que nos traslada del lugar donde estamos s otro diferente, desde el que ya no podemos volver atrás.

Aquñi dejo mis artículos más recientes aparecidos en La Vanguardia. Espero que los disfruten. :-)