domingo, 17 de mayo de 2009

VIENA 2

Hay una forma infalible de detectar extranjeros en Viena: cruzan -aunque los semáforos de peatones no lo indiquen- cuando no vienen coches.
Los vieneses no.

Imaginé el otro día un cuento fantástico que solo podría darse si sus protagonistas fueran vieneses.

Imaginemos que están en África. Un grupo nutrido. Y que deben atravesar un desierto. Cosa para la cual compran billetes de tren; con asientos contiguos. Van juntos, pues. Y el tren descarrila en pleno desierto. Uno de los vieneses, doctor especialista en la historia de los insectos que habitan aquella zona concreta, sabe que muy cerca de allí debe haber un oasis. Y lo sabe porque tiene la certeza de que, no muy lejos de allí, en tiempos no tan remotos, había una ciudad, al estilo de Las Vegas. Y explica a sus congéneres que, a pesar de que esa ciudad ha desaparecido hace tiempo del mapa, es de suponer que no tiene por qué haber desaparecido el oasis que propició allí su construcción.

Los vieneses caminan. Primero esperanzados y al cabo de treinta y seis horas, casi muertos de sed, algo desanimados. De pronto, el doctor de insectos específicos de esa zona divisa, ya no tan lejos, el oasis. No hace sol, así que no puede tratarse de un espejismo. Animan el paso. De pronto, se detienen en masa. El único vestigio de aquella ciudad que un día existió es un semáforo de peatones. Y el cruel destino quiso que quedara para siempre en rojo.
Allí murieron todos aquellos vieneses, de sed y esperando que se pusiera en verde.
Y es que son disciplinados y cívicos hasta más no poder. Aparte de lo limpia que está la ciudad, lo bien que tratan a todo el mundo, la maravilla de organización que muestran, decidme: ¿en qué otro lugar del mundo podrían permanecer intactas esas cajitas, como la que se ve en la foto, que son pequeñas huchas en las que se pide el donativo de un euro para llevarse la publicación periódica que cuelga, farola sí farola no, de unas bolsas de plástico duro limpias e intactas? (Si clicáis con el ratón en la foto, la veréis más grande).

P.S.: En Viena, muy listilla y muy extranjera yo, he estado a punto de ser atropellada por un tranvía.

7 comentarios:

carlos dijo...

Mira por dónde, ya te han dado los vieneses por lo pronto argumento para un cuento.
Concidimos en la impresión. Yo escribí a la vuelta que Viena es "una ciudad bien organizada, que funciona y que parece estar habitada por personas con una dosis alta de educación cívica". Vamos, igualitos que nosotros.
Lo del tranvía no me extraña, yo estuve a punto de ser atropellado por tranvías, por bicicletas... siempre por culpa mía, porque ellos son muy organizaditos. Intenta tú que convivan, por ejemplo en Madrid, y que circulen armoniosamente en la misma calle, tranvías, bicicletas, automóviles y peatones. Me cuesta hasta imaginármelo como pura hipótesis. Y eso que tengo imaginación.

Joana dijo...

Düsseldorf. Domingo por la mañana. Varios lugareños parados a ambos lados de la calle esperando a que el semáforo cambie a verde. No se ve un coche a mil Km a la redonda. La única sureña del lugar está perpleja porque nadie cruza la calle. Cuando ella decide hacerlo, son los nativos los que no dan crédito.

El trágico final de los vieneses en el desierto confirma mis sospechas de que las reglas están para ser cuestionadas, que la distancia más corta entre dos puntos no siempre es la línea recta, y que el paraíso tiene una dosis desconocida entre norte y sur.

P.S. Cementerios inquietantes. Tranvías asesinos. Caray con el viajecito!

Flavia Company dijo...

Carlos:
Sí, sí, también a mí estuvieron a punto de atropellarme algunas bicis. Es alucinante lo organizados que están. Me fascinó. Los carriles bicis transcurren junto a los carriles peatones... son brillantes.

Joana:
En todas partes cuecen habas, jajajaja. Un viaje interesante, sí. Seguiré informando. :)

carmen dijo...

¡Genial lo del semáforo en el desierto!.....
Que envidia me dan esos Vieneses . Tendrían que verselas en alguna de nuestras grandes ciudades. Nosotros somos unos artistas por sobrevivir en esta vorágine.
Saludicos

Paola Vaggio dijo...

Qué guay, leerte es como estar en Viena. Siempre imaginé que sería así.

Hoy te he leído al mediodía (en libro), me ha hecho mucha compañía, la verdad, así que gracias. Aún no había podido disfrutar de "Con la soga al cuello" porque lo estaba leyendo mi novia. El caso es que me encontraba mal, resfriada, cansada... y no tenía ganas de salir a tomar nada con los compañeros. Era un buen momento para leer tranquilamente. Y genial, los tres primeros... qué miedo el taxista, buah, buenísimo. Lo voy a dosificar bien para que no se me acabe!
Pásalo bien en Viena.

NáN dijo...

Soy tan poco hispano para eso. Debo tener algún antepasado nórdico (algún rubiales que se benefició a una morena mora). Pago hasta en el vaporetto de Venecia.

El chiste es de los malos y absurdos... o sea, de mis preferidos.

baldufa c'est moi dijo...

Morir por unos principios....que bonito pero que estupido no ?
A los nordistas les han enseñado a obedecer sin cuestionarse. En el sud nos han enseñado a quejarnos.
Ellos dan mas importancia a la idea de desobediencia que a la idea del porque se ha puesto una regla : no cruzar cuando no es permitido es mas prioritario que la idea de cruzar es decir ir de un lado para otro.
Por listilla a mi también casi me pilla un tranvía en Strasbourg

Aquñi dejo mis artículos más recientes aparecidos en La Vanguardia. Espero que los disfruten. :-)